La noche había caído sobre el puerto de Veracruz con un peso húmedo y sofocante, una atmósfera que se adhería a la piel y que parecía reflejar el estado del alma de Belém. Había sido un día interminable en el despacho jurídico. Un día de "lucha" fingida, de sonrisas corporativas forzadas ante el Licenciado King (a través de videoconferencias) y de mantener la fachada de eficiencia mientras su mente estaba a cientos de kilómetros de distancia.
Al llegar a casa, la farsa doméstica con Javier había consumido sus últimas reservas de energía. Él ya dormía, su respiración rítmica y pesada resonaba desde la habitación contigua, ajeno a la tormenta que vivía su esposa. Belém, con el cuerpo agotado pero la mente eléctrica, se había retirado a la pequeña sala de estar privada que había reclamado como su santuario.
Se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo los músculos de su espalda gritaban por la tensión acumulada. Con un movimiento autómata, tomó el control remoto y encendió la televisión. Solo