El silencio de la oficina de Ludwig Castillo, que hasta hace unos segundos había sido un campo de batalla de miradas y tensiones no dichas, se rompió con la audaz propuesta de Yago. Había expuesto una reestructuración de la compañía que, a simple vista, parecía una jugada de ajedrez corporativo, un movimiento para asegurar el futuro de CIRSA. Pero en la mente de Diana, era mucho más que eso. Era la confirmación de que sus hijos, Heinz y Joren, se estaban apoderando del poder.
Ludwig, aún asimilando la propuesta, no había tenido tiempo de responder. Su mirada iba de Yago a Diana, y de Diana a Yago, intentando comprender las implicaciones de lo que acababa de escuchar. Fue entonces cuando Yago, con la misma calma que había mantenido durante toda la reunión, soltó su última carta.
—Por eso vine hoy, padre —continuó Yago, su voz llena de un peso que solo Ludwig podía entender—. Para la junta de accionistas, voy a reunir a todos los socios, y necesito el apoyo de la mayoría. Es un voto de