El sol, ya elevado en el cielo de Puebla, inundaba la vasta suite presidencial con una luz dorada y brillante. Eran más de las 8:00 de la mañana, y el ambiente en el penthouse era de una calma opulenta, un contraste con el torbellino de emociones que había agitado a Nant horas antes. Ella, revitalizada por el baño relajante con las sales aromáticas, había emergido del santuario de mármol con la piel sonrosada y el ánimo más sereno. Las palabras de Yago, su promesa inquebrantable de apoyo, y su propia afirmación de que "todo saldrá bien", habían sido un bálsamo para su alma.
Ahora, sentados en la elegante mesa rectangular de cristal en el comedor de la suite, Yago y Nant disfrutaban de un desayuno digno de reyes. Un chef personal, un hombre de movimientos precisos y una sonrisa discreta, se movía con fluidez por la cocina abierta del penthouse, preparando platillos exquisitos según sus preferencias. El aroma a pan recién horneado y a huevos cocinados a la perfección llenaba el aire, me