El eco de la voz sensual al otro lado de la línea aún resonaba en la mente de Joren, una disonancia en la pulcra sinfonía de su estudio. Había marcado el número del despacho de King en Monterrey por segunda vez, con la determinación de un hombre que no podía permitirse más retrasos. La espera de dos horas, aunque productiva al avanzar con sus casos, había sido un testamento a la urgencia de su misión.
La mujer, con su tono inconfundiblemente seductor, respondió con la misma cadencia que había descolocado a Joren minutos antes.
—Despacho del licenciado King, buenos días —dijo la voz, como si acariciara cada palabra.
Joren, esta vez, estaba preparado. El bochorno inicial se había disipado, reemplazado por un enfoque profesional y una determinación férrea. No se detuvo en el misterio de la voz; su misión era clara.
—Buenos días —respondió Joren, su voz firme y directa, sin rodeos—. Soy Joren Castillo. Ya había hablado hace un par de horas. Quería saber si el licenciado King ya está dispo