Justo en ese momento, cuando Yago estaba por tomar su primer bocado de chilaquiles, el sonido de un teléfono rompió la relativa calma de la suite. No era el suyo. Era el celular de Nant, que había dejado sobre la mesa de cristal. Nant lo miró, una expresión de sorpresa en su rostro. Era su madre.
—Es mi mamá —dijo Nant, un poco extrañada por la llamada tan temprana.
Yago asintió, indicándole que contestara. Nant tomó el teléfono y deslizó el dedo por la pantalla.
—Hola, mami, buenos días —dijo Nant, su voz suave, intentando sonar lo más normal posible.
Del otro lado de la línea, la voz de su madre sonaba preocupada, pero también aliviada. —¡Nant! Hija, qué bueno que contestas. ¿Estás bien? ¿Cómo te fue ayer en la reunión… o convivio con Yago? Ya me tenías preocupada, no me contestabas el mensaje.
Nant soltó una pequeña risa, una risa que disipó la preocupación de su madre. —Sí, mami, estoy muy bien. Todo salió perfecto. Estamos desayunando ahora mismo.
Hubo una breve pausa al otro lad