King terminó de escuchar el desgarrador relato de Belém. El silencio que siguió al final de su confesión fue más pesado que cualquier palabra. Belém, vulnerable y expuesta, sintió el peso de su propia verdad. King, con un movimiento lento y calculado, se levantó de la silla de Belém. Sus ojos, antes fríos y distantes, ahora la miraban con una mezcla de lástima y hastío. Belém, en un acto reflejo, intentó recuperar el control, el arma más poderosa que tenía. Se acercó a él, su vestido una provocación silenciosa, y sus manos se extendieron para tocarlo. Pero King, sin decir una palabra, las apartó con un gesto firme, pero sin ira, como si estuviera limpiándose una mancha. Belém se quedó inmóvil, su cuerpo tenso, su sonrisa se desvaneció, y en su lugar apareció una expresión de sorpresa y humillación.
"Ok, gracias por tu honestidad," dijo King, su voz era un suspiro que denotaba cansancio, como si el relato de Belém le hubiera robado toda su energía. Hizo una pausa, como si estuviera sop