El corazón de Belém latía con una mezcla de furia, terror y una humillación que no había sentido en mucho tiempo. Al llegar al despacho, la atmósfera se sentía diferente. El zumbido de la actividad habitual había desaparecido, reemplazado por un silencio pesado, opresivo, que presagiaba una tormenta. Sus pasos resonaron en el mármol pulido mientras se dirigía a la oficina principal, su santuario, el lugar que ella había hecho suyo con tanto esfuerzo y astucia.
La puerta de su oficina, de imponente madera oscura, estaba entreabierta. Al empujarla, se encontró con una imagen que le cortó el aliento. King ya la estaba esperando. Pero no la esperaba en el sofá de cuero para las visitas, ni de pie. Estaba sentado en su silla, detrás de su escritorio, el que ella consideraba su trono. King, con un semblante serio y una expresión de profunda molestia, la observaba como un juez observa a un criminal en el banquillo.
Belém, en un intento desesperado por recuperar algo de control y de su poder,