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Vera había aparecido en el hospital temprano esa mañana, habiendo pedido un permiso especial en su trabajo para poder dedicarle unas horas a su amiga.

—¡Me alegra tanto verte! —exclamó Miranda, aunque su sonrisa estaba teñida de preocupación—. Pero deberías estar en el trabajo, no aquí cuidándome. No me digas que tú...

Vera la interrumpió con un gesto suave de la mano.

—Ay, Miranda, no te preocupes por esas cosas. El trabajo es importante, sí, pero estar cerca de una amiga cuando más lo necesita no tiene comparación. Así que guarda silencio y déjate mimar, porque para eso estoy aquí.

Vera sacó un termo de su bolso y lo abrió, dejando escapar un aroma reconfortante.

—He traído comida casera. Pero antes me aseguré de que sea algo que puedes comer con tu dieta blanda, así que no te preocupes —se apresuró a explicar, mientras servía una sopa humeante en un tazón.

Miranda la observó con ternura. No veía solo a una amiga, sino a una hermana. Vera era minuciosa, atenta y cariñosa hasta en el
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