Había sido Alec quien terminó rompiendo el silencio.
—Ya tenemos que irnos. Se nos está haciendo tarde.
Ella asintió, de acuerdo con lo que estaba diciendo. Una vez afuera, recordó que no solo eran ellos dos, sino que el pequeño Edward ya estaba allí, presente en medio del pasillo. El niño, con su trajecito y su peinado perfectamente hecho, se veía demasiado lindo, tierno. Miranda sonrió al verlo. Los dos se acercaron. Edward volvió a decirle a su padre que estaba emocionado por el lugar donde irían.
Se subieron al auto y se dirigieron al lugar del evento. Edward iba en la parte trasera, mirando a través de la ventanilla, mientras Miranda estaba en el puesto de copiloto, sintiéndose demasiado tensa. La ansiedad le atenazaba cada parte del cuerpo.
No tardaron demasiado en llegar. Al bajar, ver cómo los flashes de las cámaras caían sobre ella como una lluvia fue demasiado agotador. Era el centro de atención, pero su marido parecía disfrutarlo, como si llevar a cabo todo ese montaje res