Miranda se recompuso rápidamente y regresó a la mesa, tratando de borrar los ecos de los chismes que había escuchado en el baño. Se obligó a sonreír y se sentó junto a Edward y Alec, aunque su inquietud se mantenía latente. Fue entonces cuando sucedió. Una mujer se acercó a su mesa.
Era una rubia despampanante, con un cabello impecable y un vestido que, a ojos de Miranda, resultaba excesivamente exhibicionista: un diseño ajustado en un tono rojo intenso que parecía luchar por contener su figura. La mujer parecía, precisamente, muy interesada en captar la atención de Alec.
—Señor Radcliffe, es un gusto conocerlo finalmente —saludó la rubia, con una voz melosa y profunda—. No había tenido la oportunidad de verlo antes en persona, así que ahora es un placer.
Alec, aunque cortés, parecía desconcertado.
Miranda se puso tensa, sin saber quién era esa mujer, pero su marido tampoco daba señales de reconocerla. La mujer, sin perder su sonrisa deslumbrante, dirigió su atención a Miranda.
—Y