La sirvienta soltó a Miranda y se retiró con un suspiro audible, consciente de que se avecinaba una confrontación intensa. Alec se acercó, su expresión dura, con la desaprobación brillando en sus ojos. La tomó firmemente del brazo y la obligó a sentarse en el sofá del Gran Salón.
—Explícame por qué apareces con ese uniforme y apestando a alcohol —exigió, sin elevar la voz, lo cual hacía su rabia más palpable—. Hueles a demasiado alcohol. Recuerdo claramente que me sermonearte por lo mismo hace unos días. ¿Ahora debo sermonearte yo a ti?
Miranda resopló, luchando contra el vértigo.
—Supongo que es lo justo, ¿no crees? Aún así, lo que acabo de hacer no se compara con lo que tú me has hecho. Eres un imbécil. ¡Eres un imbécil! —repitió, elevando la voz. El aliento alcoholizado golpeó el rostro de Alec.
Frustrado, él se levantó y la miró con furia.
—¿A dónde quieres llegar con todo esto? Has estado trabajando a escondidas en un lugar como ese. ¿No piensas en lo que puede ocurrir si algui