Miranda salió del Café Buck con la furia aún palpitando, pero completamente superada por la amenaza de Elizabeth. Regresó a la joyería, pero su ánimo estaba por los suelos. No podía seguir trabajando con esa bomba latente en su cabeza: la exigencia de fingir ser la madre de Edward. La idea era grotesca y humillante, pero se sentía atada a obedecer para proteger a su familia.
Vera fue la primera en verla y, al observar su expresión pálida y desencajada, supo que las cosas habían empeorado con su suegra.
—Amiga, ¿te encuentras bien? Te noto tan pálida, deberías sentarte. No creo que puedas continuar laborando así —murmuró Vera, acercándose.
Miranda levantó la cabeza.
—No creo que pueda seguir trabajando en este lugar. Vino con amenazas... y me ha solicitado algo que todavía no puedo creer.
Al darse cuenta de que estaban en un área abierta, Vera la tomó del brazo y la llevó a un lugar apartado del almacén, donde podían conversar sin ser escuchadas. Allí, Miranda comenzó a desahogarse