A pesar de la incomodidad, Miranda se irguió profesionalmente, enfrentando la mirada de Elizabeth.
No iba a permitir que esa mujer la sometiera o la hiciera dudar con sus palabras. Incluso cuando se volvía un desafío aquel enfrentamiento.
—Señora Radcliffe —se presentó de nuevo Miranda, aunque seguía profundamente molesta por la intrusión y la evidente crítica de su suegra.
Elizabeth la observó de nuevo, deteniéndose en el uniforme, de los pies a la cabeza. La mueca de desdén era tan evidente que Miranda sintió cómo le ardían las mejillas. Elizabeth resopló, y le hizo una seña a su asistente para que esperara. Luego, con un gesto autoritario y condescendiente, señaló una mesa vacía en el lujoso Café Buck, que se encontraba anexo a la joyería, indicándole a Miranda que se sentara.
Miranda se acercó, pero se mantuvo de pie. No iba a acatar esa orden.
—No es necesario sentarse, señora Radcliffe —pronunció un poco seria, enderezándose—. Estoy trabajando. Pero si necesita algo, puedo ate