Miranda despertó esa mañana con una resolución inquebrantable. Ya no quería depender por completo de su marido; quería forjar algo propio, incluso si eso significaba desafiarlo. La reciente crisis de salud de Alec, lejos de amedrentarla, había servido como catalizador. Decidió que no seguiría agotándose en la preocupación por los secretos o las dolencias de un hombre que rara vez mostraba gratitud o reciprocidad. Era hora de concentrarse en sí misma y forjar su independencia económica.
Recordó entonces la conversación con Vera sobre las oportunidades laborales. Por eso, se reunieron.
—Me he reunido contigo, Vera, porque ahora sí estoy animada a hacerlo... Creo que puedo conseguir un trabajo.
Vera se mostró exultante.
—¡Esa es la actitud, Miranda! Tienes la elegancia y sabes de lujo, así que es un ambiente que sabrás manejar sin problema. Justo en la joyería donde trabajaba han abierto una vacante. ¡Te voy a recomendar!
Aquella noticia fue excelente para Miranda. Una sonrisa enorme