36

Miranda se encontraba allí, en el silencio de la habitación del hospital, hablándole a solas a Alec, incluso sabiendo que probablemente él no la estaba escuchando.

—¿De verdad es solo estrés? —cuestionó en voz baja—. Deberías tener más cuidado. Deberías ser más consciente de que el trabajo no lo es todo. Eres alguien demasiado terco.

Suspiró, acariciando tiernamente su mano. Luego la soltó, recordando al imbécil que él había sido con ella, y cómo ahora ella, como una tonta, estaba allí preocupada por él. Él no se merecía su preocupación, ni sus lágrimas, ni sus ruegos. Pero no podía llevar la cuenta del daño en ese momento, no cuando el hombre tendido en esa cama seguía preocupándola.

Sin darse cuenta, poco a poco, empezó a sentir sueño. Se esforzó por mantener los ojos abiertos, pero sus párpados estaban demasiado pesados. Sentía una somnolencia terrible y terminó durmiéndose.

Cuando despertó, la posición incómoda en la que había estado durante toda la madrugada había repercutido en
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