Zamir Bonneville hizo su entrada esporádica en la oficina de su mejor amigo. El pelinegro, de atractivos ojos grises y siempre luciendo impecable y elegante, ni siquiera se molestaba en pedir cita. Entrar sin aviso era un privilegio que Zamir se tomaba, aunque casi siempre terminaba por irritar a Alec Radcliffe, quien estaba perpetuamente anclado a su trabajo.
Zamir encontró a su amigo sentado en su cómoda silla giratoria, que más parecía un trono de poder. Se acercó y se ubicó frente al escritorio.
—Amigo mío, me imagino que tienes un poco de tiempo para mí —emitió con una sonrisa fácil.
Alec levantó la cabeza, sus ojos grises llenos de la tensión del trabajo.
—Tú como siempre te apareces aquí sin avisar. Sabes que estoy saturado. Ahora, dime qué se te ofrece, a ver si puedo ayudarte.
Zamir se encogió de hombros.
—No es que necesite algo, realmente. Ando un poco aburrido. Tuve la semana pasada y la anterior cargadísimas, yendo de un lado a otro para ubicar un terreno y hacer una co