La frustración de Miranda se desbordaba en su mirada. Estaba agotada de la táctica de su marido, de esa pared de silencio que él usaba para manipular y evadir.
—No me vas a responder, ¿verdad? —le espetó, la voz cargada de ira—. ¿Te quedas sin palabras ante la verdad?
Alec resopló sonoramente. Para él, el sonajero había sido un momento de debilidad impulsiva, algo que lamentaba haber hecho porque le daba a Miranda munición. En lugar de ceder a su pregunta, decidió cambiar el blanco del ataque.
—Miranda, debes esforzarte un poco más con Edward —replicó, ignorando por completo el objeto en la mano de ella—. El niño se ha atrevido a decirme que parece que no estás cómoda con la idea de verlo aquí. Me ha dicho que él es un desagrado para ti.
La frialdad en la voz de Alec, se presentó.
—¿Qué dices?
—Si un niño ha llegado a esa conclusión, es porque no has estado actuando correctamente. Debes entenderlo, es mi hijo. Es un pequeño y no tienes por qué ser una persona fría con él.
Miranda se