Al caer la tarde, Alec cambió de opinión. La necesidad de acallar el enredo mental era más fuerte que su disciplina. Le marcó a su amigo, su tono brusco como siempre.
—Veámonos en ese bar que mencionaste. No sé la dirección, así que pásamela.
Zamir respondió con una alegría inmediata.
—¡En serio te has decidido a ir! Ya te pasaré la dirección, nos vemos allí.
Alec necesitaba desahogarse. Aunque sabía que el alcohol casi nunca lograba calmarlo, sino avivar la llama, era el único escape que se permitía. Condujo su deportivo de lujo y, gracias a su prisa, llegó más rápido de lo esperado.
El sitio era enorme. La música fuerte retumbaba en sus oídos. El olor del cigarrillo estaba por todos lados, al igual que el fuerte alcohol; los perfumes caros, causando un revuelto desagradable en su estómago. Localizó a Zamir, quien le hacía señas con la mano.
Se sentaron en una mesa redonda. Zamir levantó la mano para indicarle al barman que se acercara.
—Tú pareces demasiado experto en esto —comentó