Vera había escogido un restaurante de cocina fusión, con opciones deliciosas y un ambiente discreto. Miranda tomó el menú entre sus manos, pensativa, antes de decidirse.
—Risotto de hongos silvestres —declaró Miranda, con un atisbo de antojo.
—¡Oh, Risotto! Estoy totalmente de acuerdo. Y yo pediré las vieiras gratinadas.
Hicieron la elección de la comida; además de los platos principales, pidieron de entrada una Burrata con tomates confitados y, para el postre, un Tartufo de chocolate para compartir. El mesero se acercó, tomó la orden con eficiencia y se retiró.
—Gracias —dijeron ambas al unísono.
Se quedaron allí, en un cómodo silencio de amistad. Miranda rompió el hielo.
—¿Necesitas dinero, o sigues siendo el tipo de persona que no se puede quedar de brazos cruzados ni siquiera por unos días?
Vera hizo un gesto despreocupado.
—No te preocupes por mí. No es que necesite el dinero, aunque, por supuesto, ¿quién no necesita dinero? Pero tengo suficientes ahorros. Quiero mantenerme ocup