Alec tardó unos minutos en recuperar el aliento. El whisky ardía en su estómago y el alcohol nublaba ligeramente su juicio, pero el estallido emocional lo había vaciado. Lentamente, se puso en pie, sintiendo el peso de la ecografía descartada y el sonajero en sus manos.
Recogió el pequeño sonajero plateado. Era ligero, pero el peso del recuerdo era abrumador. Con una resolución sombría, abandonó su despacho, dirigiéndose a la habitación principal.
La habitación de Miranda estaba inmaculada, ordenada, fría. Un reflejo del estado actual de su matrimonio. Se acercó a la mesita de noche, que estaba despejada salvo por una lámpara. Con un gesto que combinaba la culpa y la urgencia, depositó el sonajero con cuidado. No era una disculpa, pero era una admisión silenciosa de que la pérdida había existido, de que él también la recordaba. Era la única manera en que su orgullo le permitía confesar su dolor.
Dejó el objeto allí y salió.
Horas más tarde, el sonido de la puerta al cerrarse anunció