Catherine caminaba de un lado a otro en la sala de su casa, con los nervios a flor de piel. Sentía que algo grande estaba sucediendo, pero el silencio de su hija la mantenía en la oscuridad.
Buscando respuestas, tomó el control remoto y encendió la televisión. No tuvo que buscar mucho. Todos los canales de noticias habían interrumpido su programación habitual.
Catherine se quedó perpleja, con el control remoto aún apuntando a la pantalla, mientras los titulares en rojo parpadeaban ante sus ojos: "ELIZABETH RADCLIFFE DETENIDA.
Las imágenes mostraban a su consuegra, siempre tan impecable y altiva, siendo escoltada por policías hacia una patrulla, con las manos esposadas y el cabello desaliñado.
—¡No puede ser! —exclamó Catherine, llevándose una mano a la boca por la sorpresa inicial.
Pero la sorpresa duró apenas un segundo. Rápidamente, una sonrisa de alegría maliciosa se dibujó en su rostro, transformando sus facciones.
—¡Se lo merece! —gritó a la pantalla, sintiendo una satisfacción o