Esa mañana, Xiomara observaba a Rowena con una suspicacia que se había agudizado desde el incidente de la llamada telefónica. La joven se movía con una prisa nerviosa, actuaba de un modo que no le gustaba nada a Xiomara.
—Saldré temprano hoy —anunció Rowena, intentando sonar casual mientras se anudaba el pañuelo en el cuello—. Un asunto familiar urgente.
—¿Asunto familiar? —preguntó Xiomara, aunque sabía que no debía entrometerse. La intuición le gritaba que Rowena estaba mintiendo, que esa prisa no era por una tía enferma, sino por algo turbio—. Espero que todo esté bien.
—Sí, lo estará —respondió Rowena con una sonrisa demasiado amplia.
Xiomara no insistió, pero la vio salir del área de servicio con el ceño fruncido. La actitud impulsiva y extraña de su compañera últimamente la hacía temer lo peor. Rowena era una bomba de tiempo, y Xiomara temía el momento en que explotara.
Rowena tomó un taxi en la entrada principal de la mansión. Mientras el vehículo se alejaba de la opulencia de