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Rowena entró a la habitación con una sonrisa forzada y ofreció las bebidas y los aperitivos. Inmediatamente, Miranda y Vera detuvieron su conversación, la tensión flotando en el aire. Miranda miró a la sirvienta con frialdad y desconfianza, un gesto que no pasó desapercibido.

Una vez que Rowena se retiró con la bandeja vacía, Vera la cuestionó de inmediato:

—¿Qué ha sido todo eso, Miranda? ¿Por qué la has mirado de esa manera?

—¿A Rowena? Ella... ella es una vendida —dijo Miranda, con el ceño fruncido—. Es capaz de hacer cualquier cosa si le dan un dinero extra. La otra vez fue ella quien le comentó a mi marido que yo estaba registrando sus cosas en el despacho. La enfrenté, y terminó confesando.

—Así que hasta la servidumbre se vende haciendo cosas como esa —dijo Vera, negando con la cabeza—. No lo puedo creer.

—Xiomara es la excepción aquí —se apresuró a aclarar Miranda—. Ella no es esa clase de persona; es una buena mujer, consejera y también es demasiado considerada, a diferencia
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