Alec se acercó a la cama de Miranda, con su rostro aún marcado por la preocupación, a pesar de la explicación médica.
—Te estoy diciendo que deberías tener más cuidado —emitió, sin rastro de la ira de la noche anterior—. Deberías cuidarte un poco más.
Miranda asintió.
—No te preocupes por mí, Alec. Ya escuchaste al doctor, estaré bien. No hay necesidad de preocuparse demasiado.
Él asintió con lentitud, todavía escéptico. Luego, recordó el momento fugaz en el baño, justo antes de la crisis.
—¿Qué era lo que estabas a punto de decirme anoche? —preguntó de repente, tomándola por sorpresa.
Miranda sintió el corazón latir con fuerza contra su pecho. Pensó que el hombre lo había olvidado en la prisa del diagnóstico.
—En realidad no se trata de nada, Alec. Te lo prometo. Es solo el estrés. No hay que preocuparse —insistió ella, forzando una sonrisa.
Alec la miró con ojos penetrantes. Sabía que su esposa le estaba ocultando algo, pero no sabía cómo obligarla a confesar. Finalmente, ce