El Retorno del Alfa
El Retorno del Alfa
Por: Victoria Park
Capítulo 1

Los días normales son los más peligrosos. Aquellos donde una tragedia inesperada puede derrumbar en segundos la paz construida con años de esfuerzo. Por eso Aidan odia los días normales. Sabe que la vida puede venirse abajo como un castillo de naipes en cualquier momento.

Un estruendo de trastes y voces lo arrancó del sueño como un zarpazo. Aidan abrió los ojos de golpe y la luz le perforó las retinas como agujas ardientes. Cada latido retumbaba en sus sienes, ola tras ola de dolor golpeaban su cráneo desde adentro. Tenía la boca pastosa, amarga, como si hubiera tragado cenizas, y sentía el cuerpo entero pesado y adolorido.

Parpadeó varias veces, luchando contra la bruma espesa que le nublaba la mente, hasta que las formas conocidas de su propio desorden lo ayudaron a ubicarse. Al menos esta vez había amanecido en su habitación. No quería moverse, pero entre los sonidos confusos captó la voz de su tía Tara y el corazón le dio un vuelco incómodo. No podía permitir que ella lo viera así.

Se levantó de un salto, impulsado por el instinto, pero el mundo se tambaleó violentamente a su alrededor. El dolor punzante en la cabeza le arrancó un gemido ahogado, mientras sus entrañas se retorcían, amenazando con traicionarlo. Maldijo entre dientes, aturdido. ¿Cuánto había bebido anoche? El alcohol no debería afectarle tanto a un wolven como él.

Salió de la habitación casi arrastrando los pies, apoyándose en la pared y respirando despacio para contener las náuseas. Cada ruido, cada destello de luz, era un nuevo martillazo en su cabeza. Una segunda maldición escapó de sus labios cuando distinguió claramente las voces discutiendo en la cocina.

—No quiero ser grosera, señorita, le pido amablemente que se marche de una buena vez.

Aidan encontró a su tía con una expresión enfurruñada, a punto de mostrarle los colmillos a su amiga. Apenas pudo contener la risa, aunque entendía perfectamente el enfado de Tara al ver a Maisie en solo ropa interior, comiendo cereal como si nada. El pudor no era precisamente uno de los múltiples talentos de la chica.

—¿Amablemente? Parece que quieres morderme —respondió Maisie con diversión, nada intimidada.

—Maisie, déjanos solos… por favor —pidió Aidan en su tono más amable, casi suplicante. Sabía que su tía haría un escándalo por encontrarlo en la cama con una “impura”.

Ella rodó los ojos, regresó a la habitación y, tras un par de minutos en los que Tara permaneció en silencio, salió vestida y abandonó el departamento lanzándole un beso al aire.

—¡Aidan! —la alta y delgada mujer se acercó finalmente y lo abrazó con fuerza. Él correspondió de inmediato, dejándose envolver por su calidez familiar—. Apestas, cariño.

Tara arrugó la nariz con gesto de reproche mientras le ofrecía una taza de café que él no se atrevió a rechazar. De verdad necesitaba ese elixir de los dioses.

—Querida tía, ¿a qué debo el placer de tu visita?

—Venía con la intención de prepararte tu platillo favorito y luego llevarte al lago a correr un rato —dijo Tara, en ese tono dulzón que usaba solo con él, mientras le peinaba el cabello con los dedos—. Te extrañaba mucho, pero me encontré…

—No lo digas —interrumpió Aidan, antes de que comenzara a despotricar—. Maisie es mi compañera de laboratorio. Es una buena chica. No quiero que la insultes.

—¿Ella te dio el licor de absenta al que apestas? ¿Rory está bien?

Oh. Claro. Ahora lo recordaba. Ese líquido verde del demonio era el causante de su resaca. No parecía tan mala idea la noche anterior mientras se divertía.

—No vamos a interferir en los métodos inusuales que elijas para divertirte —dijo otra voz que lo sobresaltó.

Su tío apareció en la cocina sin que Aidan lo hubiera notado, otra prueba de que sus sentidos seguían embotados y su lobo dormido. Seguramente intoxicado y molesto.

—Pero ten cuidado. El Witan tiene reglas estrictas. No te gustará la sanción si te descubren.

—Rory está durmiendo —replicó Aidan, encogiéndose de hombros—. Y ella es solo una amiga.

—Todo en esa chica olía a ti. ¿Tienes por costumbre acostarte con tus amigas? —preguntó Tara, con tono filoso y los ojos entrecerrados.

—Sí.

Aidan le guiñó un ojo, acompañado de una sonrisa juguetona que solo consiguió crisparla aún más. Tara siempre vivía temerosa de que su “niño” cometiera un desliz irreparable con alguna humana.  

—¡Espero que tomes precauciones, jovencito!

—Déjalo, cariño —intervino Declan, con una mirada seria que apagó cualquier intento de broma—. Tenemos que hablar de algo más importante.

Un mal presentimiento cayó en su estómago como concreto. Aidan se aferró a la taza de café, concentrándose en el calor que le ardía en los dedos, como si eso bastara para despejar el letargo de su cuerpo y de su mente.

—Esas palabras nunca significan nada bueno. ¿Qué ocurre?

Aidan se dejó caer en el sofá, revolviendo con los dedos su cabello. Tara chasqueó la lengua, resignada a ver esos rizos rojos desordenados.

—Hablé con tu padre —dijo Declan, en tono solemne, sentándose también.

—Eso tampoco trae nada bueno.

La sola mención de la palabra “padre” bastaba para revolverle el estómago. No era un buen momento para hablar de cosas desagradables, no con el veneno aún corriendo por sus venas y la acidez quemándole la garganta. Bebió un sorbo de café con la esperanza de endulzar el golpe. Anticipaba que odiaría cualquier cosa que dijera su tío… pero no tenía idea de cuánto.

—Es momento de que regreses a Gartan. No podemos posponerlo más.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Aidan no respondió de inmediato; apretó la taza con tanta fuerza que la porcelana crujió entre sus dedos temblorosos. Clavó su mirada en Declan con la mezcla exacta de rabia y decepción, como si acabara de apuñalarlo por la espalda, una herida antigua abriéndose de nuevo sin anestesia.

Rory se crispó y bufó, ofendido, agitando las emociones que apenas lograba contener. No lo había sentido hasta ese momento, cuando se irguió alarmado, puro instinto protector a pesar del letargo. En ese estado, no le sería fácil mantenerlo a raya si la furia terminaba de desatarse.

—Tío Declan, acabo de terminar mi posgrado en fitoquímica. Todavía no he entregado el laboratorio. Ni siquiera he decidido qué oferta laboral aceptaré. No voy a viajar justo ahora.

—Aidan, conozco tus razones para querer postergar este viaje, pero ya pasaron diez años. Sigues perteneciendo a la manada y necesitas empezar a entrenarte para suceder a Rowan. No puedes seguir escapando de tu destino. Y nosotros ya no podemos retenerte.

El golpe seco de la taza contra la mesita de centro le arrancó un jadeo a Tara y profundizó el ceño fruncido de Declan. El rencor ensombreció la mirada de Aidan. Por un instante, el verde de sus ojos pareció desvanecerse, dejando entrever el destello dorado de la bestia en su interior. Si había algo capaz de desatar lo peor en él, era la mención del pasado y ese supuesto deber que aún pesaba sobre sus hombros como una maldición.

—Yo no escapé de nada —soltó entre dientes, con la ira apenas contenida—. Por si lo olvidaste, él fue quien me exilió y me envió contigo. Nadie en esa manada me ha contactado en todos estos años, no creo que realmente me echen de menos.

Esa era una verdad que ninguno de los mayores se atrevió a cuestionar, especialmente Tara, cuya loba se encogió en su interior con un gemido lastimero ante la pena y el desamparo que percibía en ese chico enorme al que siempre consideraría su cachorro.

La rabia en las palabras y gestos de Aidan no era más que la máscara de una tristeza profunda.

Los tres quedaron atrapados en un silencio incómodo. Necesitaban tomarse un minuto para respirar porque la bomba que había estallado en esa pequeña sala podía dañarlos de muchas maneras.

—No vamos a volver a lo mismo, Aidan. Ellos no te echaron. —Declan pasó las manos por su cabello pulcramente peinado; la frustración era palpable en su voz. Ni él mismo se creía los argumentos con los que esperaba convencer al chico—. Te enviaron aquí por tu bien, para que pudieras tratarte y superar lo que sucedió.

—¡Y mira qué bien resultó eso! —replicó el joven con desdén, sin molestarse en disimular la risa amarga que se le escapó.

—Estoy hablando en serio. Tus padres te confiaron bajo mi cuidado con el compromiso de que este día llegaría… Es mi deber llevarte de regreso a Gartan.

Bien, esa fue la estocada a muerte de su escaso autocontrol. Le resultaba insoportable escuchar a quien consideraba un padre, quien había estado a su lado ahuyentando las pesadillas y enseñándole a ser un hombre, decir tan simplemente que iba a regresarlo a ese infierno. Como si él fuera solo un artefacto dañado que había intentado reparar y ahora devolvía a su dueño.

—¡Ya no soy un niño! No pueden moverme de un lado a otro a su antojo. —Aidan se levantó, incapaz de permanecer inmóvil; su voz se elevó con una mezcla de sarcasmo y rabia—. Soy una persona, ¿sabes? Nadie puede obligarme a volver a ese maldito lugar. ¡No tienen derecho!

—¡Aidan! No le hables así a tu tío —exclamó Tara con tono herido—. No me gusta que se traten de esta manera. Eres como un hijo para nosotros, cariño. Haría lo que fuera para evitarte esta tortura, pero no podemos pelear contra la corriente, debemos afrontarlo.

El joven se tiró del cabello con frustración, y un gruñido de reproche se escapó de Rory. Su lobo estaba enojado, pero no le gustaba en absoluto incomodar a Tara, la adoraba como a una madre. Sus tíos no tenían hijos y lo cuidaron como a uno propio cuando llegó a su casa destrozado, en cuerpo y alma.

Diez años atrás, una tarde de tragedia y desolación le arrebató a su hermana menor, y también su olfato. El diagnóstico de anosmia fue definitivo. Ni siquiera los mejores especialistas pudieron ayudarlo, no había nada que hacer. El daño a sus nervios olfativos era irreparable.

—Allá está Liam. Que se entrene él. Seguramente es fuerte como Rowan, y ha vivido toda su vida en la manada. Yo apenas los recuerdo. Además, un lisiado no sirve como Alfa.

Y eso precisamente era él. Un hombre roto. Un lobo mutilado. Un Alfa inútil.

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