—¡Aidan Gallagher! ¡No te permito que te llames de esa manera!
El arrebato de Tara, con su voz quebrada, detuvo la tormenta interior de Aidan. Apreciaba demasiado a sus tíos como para desbordar su furia con ellos. Apretó la mandíbula y los puños, respirando profundo, intentando calmar a Rory también. Luego se acercó a su tía y le dio un abrazo breve, casi mecánico.
—Lo siento —murmuró al cabo de unos segundos, con un suspiro resonando como una tregua forzada—. No es mi intención ser irrespetuoso, sé que les debo mucho... me recibieron cuando estaba hecho pedazos y me cuidaron con esmero. En mi corazón, ustedes son mi familia… por eso no pienso volver a Gartan. No hay nada para mí en ese lugar.
—No voy a discutir eso contigo, mocoso —Declan tomó aire, forzándose a controlar su tono; a veces olvidaba que su sobrino tenía sangre de alfa y no era nada dócil—. Sin importar cómo veamos las cosas, Rowan sigue siendo tu padre y tu Alfa. Le debes respeto y obediencia. Si él te ordena regresar a la manada, no puedes ignorarlo.
Las pupilas de Aidan se estrecharon. Una chispa salvaje y amenazante iluminó su mirada. Ni Rory ni él cederían fácilmente.
—Al menos hazlo por tu madre. Adara está muy ansiosa por verte…
—¿Y ahora por qué? No le importó antes.
—Claro que le importó. Es tu madre, Aidy. Para una wolven es insoportable separarse de sus hijos. Perdió a Nessa, y después a ti. Adara ha sufrido mucho —rebatió Tara, sin disimular su aflicción, frotando las manos del chico en un intento de reconfortarlo con su toque—. Solo ellos pueden darte las explicaciones que necesitas. La razón de su silencio en estos años, solo ellos la conocen.
—No pienso ir. Mi vida está aquí… mi futuro también. Cuando hablen con el Alfa Rowan, díganle que, si quiere verme, tendrá que venir él personalmente a buscarme. Se lo diría yo mismo, pero dudo que conteste mi llamada.
La sonrisa cínica de Aidan los desarmó. El énfasis despectivo al referirse a su padre era algo que entendían bien. El joven tenía razones suficientes para estar resentido, pero también sabían que él tenía un destino que cumplir. No podían seguir ayudándolo a evitar esa realidad, aunque desearan lo contrario.
Tara, agotada de la discusión, decidió probar con un as bajo la manga. Estiró la mano, sabiendo que Aidan no la rechazaría, lo atrajo hasta que se sentó a su lado, le acarició la mejilla con ternura y disparó:
—Aidy... ¿no te gustaría conocer a tu compañera destinada? Ella debe estar esperando por ti.
El aire se cargó con una nueva tensión. Aidan alzó una ceja, con una expresión de incredulidad y desafío. Aquellas palabras lo atravesaron como un aguijón, esparciendo un nuevo veneno en su interior.
—¿Para qué? No podría saber quién es. No puedo olerla, ¿recuerdas? —respondió con tono ácido, señalando su nariz. El dolor se pintó sin aviso en su mirada, resquebrajando su fachada endurecida.
—¿Cómo que para qué? Ella es un regalo de la Madre Luna para ti, es tu otra mitad. Necesitas alguien a quien amar y que te ame incondicionalmente. El vínculo es algo maravilloso, cariño. Además, ya estás en edad de enlazarte, seguro que Rory quiere tener cachorritos.
—Uno: no me interesa para nada tener cachorros. Dos: no quiero enamorarme de nadie, así estoy bien. Y tres: todo ese asunto de la pareja destinada funciona por las feromonas, querida tía, y yo soy inmune.
—Esa no es la única señal…
—Esa mujer podría estar en celo frente a mí y yo no sabría quién es. Para mí no sería más que otra chica caliente. No quiero lastimarla por el rechazo. Es mejor si nunca nos encontramos, y que ella pueda hacer su vida por su lado.
Los mayores intercambiaron una mirada cargada de pena. Sabían mejor que nadie lo difícil que era ese tema para Aidan, pero en el fondo de sus corazones aún anhelaban que su sobrino no perdiera la esperanza. Una vida en soledad era demasiado dolorosa para un lobo. Por más valiente que pretendiera ser, no podría soportarla por siempre.
Finalmente, Tara, con voz suave, casi suplicante, rompió el silencio.
—Debes volver, Aidan. Dentro de dos semanas será la ceremonia de unión de tu hermano. Debes estar ahí.
—¿Tan pronto? —La sorpresa era muy clara en el rostro del joven, que no se esperaba esa noticia.
—Liam ya tiene veintitrés años y está muy enamorado. Su compañera es mayor que él, creo —añadió Tara, intentando que su voz sonara alegre, como si esa buena noticia pudiera suavizar lo anterior.
—¿Quién es? —Eso sí intrigaba a Aidan, porque él conocía a todos los chicos de su edad en la aldea y también a las posibles candidatas a pareja de Liam.
—No recuerdo su nombre… Es la hija menor del gamma.
Aidan se echó hacia atrás con los ojos abiertos de par en par como si hubiera recibido un puñetazo en el pecho.
—¡¿Brianna?! —soltó con una risa hueca, el eco de la incredulidad y el dolor mezclados—. ¡¿La compañera destinada de mi hermano es Brianna?!
La noticia le cayó como una pedrada directa al corazón, haciéndolo trizas y aplastando las pocas ganas de vivir que le quedaban.
No estaba preparado para ese golpe. El mareo empeoró, como si el suelo se abriera bajo sus pies. Cerró los ojos con fuerza y se dobló hacia adelante, aferrándose a sus rodillas en un intento desesperado por no perder el control.
Si Aidan pudiera plasmar en una imagen lo que experimentaba en ese momento, habría unas garras afiladas abriéndole las costillas y arrancándole el corazón, sin piedad y sin anestesia. Ese vacío sangrante le recordó un sentimiento que creyó olvidado: la angustia devastadora de perder aquello que más amaba.
Rory dejó escapar un aullido desgarrador desde lo más profundo, un sonido áspero y agónico, como si le arrancaran el alma. Gimoteó en su cabeza con la desesperación de un corazón roto.
Esa chica preciosa, de cabello como el trigo y ojos dulces como la miel, esa que fue su primer amor y el recuerdo más amable que conservaba de la manada, la única por la que había rogado a la Madre Luna... resultaba ser la pareja de su hermano.
La última lucecita de esperanza acababa de apagarse. Lo sintió tan real como si alguien hubiera soplado dentro de su pecho y dejado solo humo y cenizas.
¿Cuánto más iba a quitarle la vida antes de dejarlo en paz?
Tara y Declan estaban desconcertados; ninguno de los dos comprendía la reacción de su sobrino ante una noticia que, en teoría, debía ser feliz.
—No recuerdo el nombre —dijo Tara—. Tu madre me contó en su carta que Liam y su compañera son amigos desde niños; al parecer, han estado enamorados durante años. Es una bonita historia de amor, muy parecida a la de tus padres. Por eso quieren unirse y comenzar una familia pronto.
—No lo puedo creer. Ahora tengo menos ganas de volver. —Aidan apoyó los codos en sus muslos y hundió el rostro entre sus manos, sin ánimos de seguir discutiendo.
—Empieza a alistar tus cosas, Aidan, viajaremos dentro de una semana —sentenció Declan aprovechando la inesperada sumisión del chico.
—¿Quieres que te ayude, cariño? —preguntó Tara, con la voz dulce—. Puedo venir estos días y ayudarte a organizar. La Madre sabe que este lugar necesita una buena limpieza…
—No, tía, gracias. Es muy amable de tu parte, pero… — Aidan sacudió la cabeza, como si eso pudiera despejar la niebla de su mente—. Necesito pensarlo bien. Los llamaré después, ¿de acuerdo?
Tara mordió su labio inferior, el rostro contraído en una expresión de angustia. Hacía mucho tiempo que no escuchaba a su niño tan desanimado. Quiso quedarse, abrazarlo, protegerlo como antes y decirle que todo estaría bien, pero cuando extendió las manos para mimarlo, Declan negó suavemente con la cabeza y le habló a través del vínculo mental que compartían:
«Él debe procesarlo solo, querida. Y nosotros debemos aprender a soltarlo».
—Está bien, Aidy, sabes que puedes contarme todo. Solo llámame y vendré corriendo, ¿sí? Te quiero mucho, mi niño.
—Y yo a ti, tía. Gracias por todo.
Aidan la abrazó, un poco reacio a soltarla. En su mente, Rory deseaba mantenerla cerca, encontrar consuelo en sus brazos, como siempre. Casi podía verlo echado de espaldas, dejando que Eira, su madre lobuna, lo lamiera y mordisqueara hasta borrar cualquier dolor.
Declan y él se miraron en silencio durante un largo rato; a veces, no hacían falta las palabras entre los dos. Finalmente, su tío le dio unas palmaditas en la espalda y se despidió, tirando de Tara que no dejaba de lanzarle besos al aire.
Acordaron que los llamaría antes de una semana para coordinar el viaje, aunque Aidan aún no estaba listo para aceptar esa idea.
Volvió a su habitación arrastrando los pies, sintiendo en cada paso la presión del mundo entero sobre sus hombros, queriendo aplastarlo. Se desplomó en la cama, enterrando el rostro en el colchón, deseando que el sueño lo envolviera pronto y lo rescatara de esa tormenta silenciosa que se desató en su interior.
Pero no hubo tregua.
La conversación con sus tíos había desenterrado recuerdos dormidos, sepultados bajo capas de autodesprecio disfrazado de olvido, que acechaban en la oscuridad de su mente, latentes, dolientes, como espinas viejas que aún sabían dónde atormentar.
Lo único que permanecía intacto en su memoria, inmaculado e inmarcesible, era la imagen sonriente de una chica pecosa y pequeñita, con flores amarillas en el cabello, sus pies descalzos y esa risa suya que parecía espantar a la tristeza mientras bailaba a su alrededor. Brianna era la niña más bonita que conocía. La misma que, un día cualquiera, le había dado su primer beso.
A veces, en medio del silencio, ese recuerdo llegaba como un susurro. Y cuando lo hacía, Rory se acurrucaba junto a su alma, en un gesto silencioso de consuelo, con un suspiro que no llegaba a convertirse en pensamiento. Solo una nostalgia muda, compartida entre dos mitades rotas.
Pero pensar en Brianna también era abrir la puerta del pasado y dejar que el dolor se deslizara dentro. como una sombra inevitable.
Sin quererlo, Aidan se dejó arrastrar.
Volvió diez años atrás, cuando la tragedia cubrió a toda la aldea con un manto de luto. El aullido de la pérdida flotaba en el aire; en cada rincón se sentía la ausencia, como una herida abierta en el corazón de la manada.Aunque el sol brillara en el cielo, los días eran sombríos para todos, especialmente para Aidan. Un vacío denso como bruma lo envolvía por dentro y por fuera. Le costaba respirar. Le costaba existir. Azotado por el flagelo de la culpa. Por no haber salvado a su hermana. Porque ella se fue… y él se quedó.Una existencia brillante y amorosa se había apagado, mientras que la suya persistía sin merecerlo. Incompleta. Inútil. Fragmentada. Había sobrevivido, y ahora que enfrentaba las consecuencias, no estaba seguro de que valiera la pena.Ese día caminaba sin rumbo cerca del río, distraído, con la mirada perdida en el movimiento perezoso del agua. El canto de los pájaros era lejano, irrelevante. La brisa apenas rozaba su piel, como si el mundo también lo evitara.No notó
Mientras metía algunas mudas de ropa en la maleta, Aidan no pudo evitar que su mente divagara. Cada prenda parecía traerle un recuerdo distinto, una nueva punzada en el corazón.Siendo aún muy joven, se había obligado a endurecerse. No quería seguir siendo ese niño llorón que llegó a vivir con sus tíos. Tara lo había acogido en su peor momento y lo cubrió con ese amor maternal que desbordaba. Nunca lo regañaba, siempre venía, le acariciaba el cabello con los dedos y le susurraba que todo iba a estar bien. Que era amado. Que ella misma, aunque fuera una mujer, sería capaz de patear traseros para protegerlo si hacía falta.¡Cuánto hubiera dado Aidan por escuchar esas palabras de su madre!Antes de que todo sucediera, Adara era buena con él, pero distinta. Demasiado ocupada con sus labores como Luna, exigiéndole que fuera un buen ejemplo para sus hermanos. Entonces, todo era responsabilidades, deberes, expectativas... No había tiempo para mimos.Tara, en cambio, lo conocía de verdad. Con
Aidan no reconoció a la persona que vino a recogerlos en la carretera. Era un hombre un poco más bajo que él, de piel bronceada y músculos marcados, un rostro bastante atractivo de facciones gruesas y una sonrisa juguetona.Tan pronto como el hombre bajó de su carreta con un brinco casi acrobático, Aidan notó el asombro en su rostro mientras lo recorría de pies a cabeza una y otra vez, como si no se pudiera creer que él estuviera ahí.—Vaya, la ciudad te sentó muy bien, Aidy. ¡Mira cuánto has crecido!—¿Te conozco? —Aidan frunció el ceño, confuso. No encontraba nada familiar en ese chico, y el apodo cariñoso le resultó muy incómodo.—Evidentemente no. Que tristeza, pensé que te alegrarías mucho de verme. Cuando tu padre me dijo que vendrías, pedí ser yo quién te recogiera, aunque este no sea mi trabajo habitual. Quería ser el primero en verte. Alguna vez fuimos los mejores amigos, me rompe el corazón que me hayas olvidado.El joven hizo un gesto dramático tocando su pecho y actuando c
Los días normales son los más peligrosos. Aquellos donde una tragedia inesperada puede derrumbar en segundos la paz construida con años de esfuerzo. Por eso Aidan odia los días normales. Sabe que la vida puede venirse abajo como un castillo de naipes en cualquier momento.Un estruendo de trastes y voces lo arrancó del sueño como un zarpazo. Aidan abrió los ojos de golpe y la luz le perforó las retinas como agujas ardientes. Cada latido retumbaba en sus sienes, ola tras ola de dolor golpeaban su cráneo desde adentro. Tenía la boca pastosa, amarga, como si hubiera tragado cenizas, y sentía el cuerpo entero pesado y adolorido.Parpadeó varias veces, luchando contra la bruma espesa que le nublaba la mente, hasta que las formas conocidas de su propio desorden lo ayudaron a ubicarse. Al menos esta vez había amanecido en su habitación. No quería moverse, pero entre los sonidos confusos captó la voz de su tía Tara y el corazón le dio un vuelco incómodo. No podía permitir que ella lo viera así