Capítulo nueve. El dilema de la luna
Las murallas del castillo no eran tan sólidas como aparentaban. No cuando las mentiras comenzaban a filtrarse como grietas invisibles entre las piedras.
Ewan lo presentía. Y ahora, lo confirmaba.
Oculto entre la penumbra del pasadizo sur, escuchó a dos hombres cuya lealtad alguna vez creyó incuestionable. Voces contenidas, lo suficiente como para no ser oídas… a menos que uno supiera dónde mirar. Y él sabía.
—El Alfa está ciego —susurró uno de los soldados de la guardia alta, el más joven—. Esa mujer, Lyra, lo tiene atrapado con su rostro maldito. No ve con claridad.
—Se mueve como Serena, habla como ella… pero no es ella —respondió el otro, un viejo asesor que solía compartir el vino con Kael—. Si se acerca más al niño, no habrá forma de sacarla de su lugar. El niño es la clave.
Ewan sintió cómo la sangre le hervía bajo la piel. El niño. Liam.
Los estaban observando. Analizando. Amenazando.
El lobo dentro de él gruñó, deseando intervenir, morder,