Capítulo ocho. ¿Quién soy realmente?
Las noches en el castillo se habían vuelto más densas desde que Lyra fue encerrada. El aire parecía cargado de una electricidad silenciosa, un presentimiento oscuro que recorría las piedras antiguas de los muros. Encerrada entre barrotes, ella no dormía. No podía.
Porque los susurros habían comenzado.
Primero fue en un sueño: una voz femenina, dulce y aterradora a la vez, que murmuraba su nombre desde algún rincón olvidado del mundo. Luego vino la sombra en la esquina de la celda, inmóvil, como si la observara sin rostro. Lyra se aferró a su amuleto, ese fragmento de plata ennegrecida que llevaba desde niña. Pero ni siquiera eso la calmó.
Las visiones la acechaban incluso despierta. Figuras encapuchadas en pasillos que no existían, fuego envolviendo un círculo de piedras, una criatura alada que le susurraba palabras en un idioma que su alma sí entendía, aunque su mente no.
Algo se estaba despertando dentro de ella. Algo antiguo. Algo que ya no