Capítulo Ochenta y Uno. La sombra que no quiere morir.
El Santuario retumbó.
Grietas negras se abrieron en el suelo, y de ellas brotó una bruma espesa, oscura, que olía a ceniza y a magia vieja. El sacrificio de Kael había sellado el mal… pero la oscuridad, herida, se retorcía, buscando un último respiro.
Maelia apareció entre el humo. Su rostro estaba bañado en lágrimas, pero sus manos seguían firmes, apretando el anillo maldito de Lysandra.
—¡Detente, Maelia! —gritó Lyra, la voz cargada de un dolor que solo otra mujer podía entender—. ¡No tienes que seguir así!
—¡Sí tengo! —gritó Maelia, la garganta rota—. ¡Porque si no puedo tenerlo… no dejaré que nadie más lo tenga!
El humo se enroscó alrededor de Kael. Su mirada se perdió un segundo, como si la voz de Maelia lo llamara desde el abismo. Pero Rowan dio un paso adelante, los ojos grises encendidos con fuego antiguo.
—¡Kael, mírame! ¡Hermano, mírame!
Lyra extendió la mano, su voz temblando:
—¡Kael, por Liam! ¡Por ti mismo!
El corazó