Capítulo Ochenta y Dos. Bajo el mismo cielo roto.
El camino de regreso al castillo fue lento, casi solemne. El aire del bosque olía a tierra húmeda y cenizas, a la calma extraña que sigue después de la tormenta.
Los pasos de todos crujían sobre ramas rotas y piedras mojadas. Cada mirada, cada respiración, era una mezcla de alivio, cansancio… y algo que nadie quería nombrar: miedo a lo que vendría después.
Kael iba al frente, con la cabeza baja. El brillo dorado en sus ojos estaba apagado, como si cargara el peso de todas sus derrotas. Pero también algo más: una calma distinta. No la calma del orgullo, sino la de quien ha tocado el fondo y, aun así, sigue caminando.
Rowan lo seguía de cerca, más herido por dentro que por fuera. El lobo Alfa que había despertado en él parecía latir todavía bajo su piel, recordándole que, a partir de ahora, el reino, la manada… y Lyra… serían su responsabilidad.
Pero cuando miraba a Kael, no veía solo un rival vencido. Veía a su hermano. El niño que solí