Capítulo treinta y siete. Promesas que duelen.
El castillo se mantenía en una calma extraña, como si el aire esperara a estallar. Nadie lo decía en voz alta, pero todos lo sabían: algo se estaba gestando entre sus muros. Algo que no tenía que ver con política ni estrategia, sino con emociones crudas y peligrosas.
Kael caminaba por los pasillos con la mandíbula apretada, siguiendo el olor de Rowan, esa mezcla inconfundible de bosque y peligro. Lo encontró en uno de los salones desocupados, frente a la chimenea encendida. Sin preámbulo, cerró la puerta tras de sí.
—¿Fue un juego para ti? —preguntó Kael, con la voz baja pero firme—. ¿Besarla? ¿Provocarla? ¿O simplemente no pudiste evitarlo?
Rowan giró apenas el rostro, su media sonrisa afilada.
—¿Por qué? ¿Te importa lo que pase con ella? ¿O solo te importa que no sea contigo?
Kael avanzó un paso, los ojos encendidos.
—Ella está aquí porque yo la traje. Bajo mi protección. Es mi responsabilidad.
—¿Y eso te da derecho a decidir quién la t