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22 Nuevas Reglas De Proximidad

El trayecto de regreso desde el tribunal fue un túnel de silencio tenso. Iván mantenía la mirada fija en el asfalto, mientras su mano, casi de forma inconsciente, seguía sujetando la de Alma. La revelación de Henry sobre el tercer jugador en la sombra —alguien más allá de Lina— flotaba en el aire como una sentencia de muerte suspendida.

Al aproximarse a la entrada de la mansión, el panorama era abrumador. Una muralla de cámaras, micrófonos y luces de televisión bloqueaba el acceso, la noticia del padre aparecido de Alma y el ultimátum de la jueza ya corría por las redacciones de Miami.

— Iván, escúchame bien — dijo Henry desde el asiento del copiloto, girándose para mirarlos — La jueza Davis lee los periódicos, si entramos como si estuviéramos en un funeral, Lina ganará la guerra de la opinión pública, necesitan darles algo, bajen la guardia. Muestra que no te importa su origen, que la amas a pesar de todo lo que ese miserable de Ricardo dijo hoy, un hombre enamorado es, por definición, un buen padre ante los ojos de la sociedad.

Iván exhaló un suspiro pesado y miró a Alma. Ella asintió, secándose el rastro de una lágrima con un gesto valiente.

— Hagámoslo — susurró ella.

El coche se detuvo, los escoltas abrieron las puertas y el estruendo de los flashes fue ensordecedor. Iván bajó primero y, con un gesto de una caballerosidad impecable, le tendió la mano a Alma, rodeando su cintura en cuanto ella estuvo a su lado.

— ¡Sr. Lockwood! ¡Srta. Reyes! — gritaban los reporteros — ¿Es cierto que su compromiso es solo una estrategia legal? ¿Por qué mantuvo su relación en secreto tanto tiempo, Sr. Lockwood?

Iván se detuvo, plantando cara a la multitud con una calma que desarmaba.

— La mantuve en secreto — dijo Iván, su voz proyectándose con autoridad, pero con una suavidad inusual — Porque en un mundo donde todo está a la venta, lo más valioso para mí era la privacidad de mi hogar y la paz de mi hija. Quería que Alma se sintiera segura antes de lanzarla a este circo mediático, no la elegí por su apellido ni por su cuenta bancaria, la elegí porque es la única persona que ha mirado a Iván Lockwood y ha visto a un hombre, y no a un banco.

— ¡Srta. Reyes! — intervino una periodista — ¿Qué dice de las palabras de su padre? ¿Está con él por el millón de dólares que se rumorea de un supuesto contrato?

Alma dio un paso al frente, con la barbilla en alto.

— Mi padre es un hombre que no me conoce, mi verdadera riqueza está en el dibujo que Kira me regaló esta mañana y en la honestidad de la vida que estoy construyendo aquí, el dinero no compra la lealtad, y yo estoy aquí por lealtad a una familia que finalmente siento como mía.

— ¡Si es real, bésense! — gritó un fotógrafo desde el fondo — ¡Un beso para la portada!

La tensión se volvió física, casi dolorosa y Alma sintió que el corazón le daba un vuelco.

Iván la miró, y por un segundo, el mundo exterior desapareció, la mirada emitió era una pregunta silenciosa que ella entendió apoyando las manos en el pecho de él y poniéndose de puntillas.

Iván la atrajo hacia sí y cerró la distancia, y ese fue su primer beso real.

No hubo cámaras en su mente, solo el sabor a café y la calidez de los labios de Iván, que se movieron contra los suyos con una desesperación contenida que no tenía nada de farsa, el tiempo pareció detenerse hasta que el rugido de los flashes los obligó a separarse.

Esa noche, la victoria legal se celebró con una cena íntima en la terraza, el aire de la bahía era fresco, pero entre ellos ardía una atmósfera de tensión eléctrica que el beso de la tarde había dejado como rastro. Apenas podían mirarse a los ojos sin recordar la presión de sus labios.

— Mañana vendrá la trabajadora social — dijo Iván, rompiendo el silencio mientras jugueteaba con su copa de vino — El reporte que ella entregue a la jueza será decisivo, ella no solo mirará si hay comida saludable en la nevera, estará pendiente de si dormimos en la misma cama, si hay intimidad, si nuestras vidas están realmente… entrelazadas.

Alma asintió, sintiendo un nudo en el estómago.

 — Estoy de acuerdo, no podemos arriesgarnos a que vea habitaciones separadas o una distancia fingida, se daría cuenta de inmediato.

Iván dejó la copa y se inclinó hacia delante, mientras su mirada se volvía oscura y seria.

— Eso significa que, a partir de esta noche, las reglas cambian, Alma, debemos actuar como pareja incluso cuando no haya nadie mirando, para que cuando la trabajadora social esté presente, no nos sintiéramos como extraños, necesito que duermas conmigo sin… barreras.

Alma tragó saliva. La idea de compartir el espacio más íntimo de Iván la aterraba y la atraía a partes iguales.

— Entiendo — respondió ella en un susurro — Es lo mejor para Kira — Vaciando su copa de un solo trago.

Una hora después, Alma salió del baño de la suite principal vistiendo un camisón de seda que Iván le había comprado semanas atrás, se sentía vulnerable y expuesta.

Caminó hacia la cama de dimensiones imponentes, esperando encontrar a Iván despierto y listo para discutir la estrategia del día siguiente, sin embargo, Iván ya se había quedado dormido.

Estaba recostado de lado, con un brazo bajo la almohada y el rostro relajado, despojado finalmente de la máscara de acero que llevaba durante el día, sin el traje y sin esa expresión de alerta constante, se veía sorprendentemente joven, casi vulnerable.

Alma se detuvo al borde de la cama.

Al verlo así, sintió una punzada de ternura y calidez le oprimió el pecho, pero junto a esa ternura, surgió algo más, un deseo prohibido y voraz al observar la línea de sus hombros y la curva de sus labios.

Alma se deslizó bajo las sábanas, tratando de no despertarlo, pero al acomodarse, el calor que emanaba el cuerpo de Iván la envolvió por completo. Justo cuando cerraba los ojos, sintió que Iván se movía en sueños y rodeaba su cintura con un brazo, pegándola contra su pecho con una firmeza posesiva.

—Quédate... Murmuró él entre sueños, sin soltarla, mientras Alma se daba cuenta de que dormir junto a él sería la prueba de fuego más difícil de todas.

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