21 El Primer Asalto

La mañana del juicio amaneció con un cielo plomizo sobre Miami, como si el clima se hubiera puesto de acuerdo con el ánimo opresivo que reinaba en la mansión Lockwood. Los pasillos, usualmente impecables, se sentían estrechos ante el despliegue de seguridad.

Alma se miraba al espejo del vestidor, alisando su traje sastre azul marino. Sus manos temblaban tanto que el diamante de la familia Lockwood emitía destellos nerviosos y el maquillaje apenas lograba ocultar las sombras bajo sus ojos, testigos de una noche en la que el sueño fue sustituido por el miedo.

Sintió una presencia detrás de ella. Iván estaba allí, impecable en un traje gris marengo, muy elegante, pero con la mandíbula tan apretada que parecía de piedra. Se acercó y, sin decir palabra, colocó sus manos sobre los hombros de Alma.

— Mírame, Alma — dijo él a través del reflejo, y ella levantó la mirada con timidez — Hoy van a intentar quebrar tu espíritu, van a usar tu pasado como si fuera un crimen, pero recuerda, tú no eres la niña que abandonaron, eres la mujer que ha mantenido a salvo a tu madre, y a mi hija cuando yo no sabía cómo hacerlo. No te sueltes de mi mano, que yo no soltaré la tuya, ¿Vale?

— Tengo miedo de lo que él pueda decir, Iván — susurró ella — No por mí, sino por lo que su presencia le hará a mi madre si esto sale en las noticias.

— Hoy yo soy tu escudo — respondió Iván con una solemnidad que le erizó la piel — Y tú eres mi fuerza. ¡Vamos a ganar esto!

El Palacio de Justicia de Miami Dade era un hervidero de fotógrafos y reporteros. Henry Daniels los esperaba en la entrada privada, con el rostro serio y un maletín lleno de estrategias de defensa.

— La jueza Davis ya está en el estrado, Lina ha llegado con un despliegue mediático agresivo — advirtió Henry mientras caminaban por los pasillos de mármol — Y sí... Ricardo Reyes está con ella, debes mantener la calma, Alma. No le des la satisfacción de verte llorar, él que abandonó su hogar fue él, no tú, y hoy estamos aquí por Kira, no lo dejes desviar el tema hacia ti, tú no eres el motivo de esta querella.

Hery le dijo palmeándole el hombro y dándole ánimo.

Al entrar en la sala, el aire pareció desaparecer de los pulmones de Alma.

Allí, sentada junto a sus abogados, estaba Lina Holland, radiante y victoriosa, y a su lado, un hombre que parecía una versión marchita y oscura de los recuerdos de Alma, Ricardo Reyes. Su padre.

Le costó reconocer en ese hombre a su padre, pero en cuanto vio sus ojos, no le quedó la menor duda, esa mirada fría y desprovista de afecto paterno era la misma que ella recordaba.

Al cruzar la mirada con él, Alma sintió una náusea violenta, él no la miró con arrepentimiento, sino con la frialdad de quien está calculando el valor de su próxima cuota.

La jueza Davis golpeó el mazo.

 — Damos inicio a la audiencia preliminar por la custodia de Kira Lockwood. Sra. Holland, tiene la palabra.

Lina se puso de pie con una elegancia depredadora.

 — Su Señoría, mi petición es simple, Iván Lockwood pretende casarse con una mujer de la que no sabe nada. Una mujer que es hija de un estafador y que, según mi testigo, ha heredado esa misma naturaleza manipuladora, este matrimonio no es más que una transacción para engañar a este tribunal.

El abogado de Lina llamó a Ricardo al estrado, y Alma sintió la mano de Iván apretar la suya bajo la mesa.

— Sr. Reyes — comenzó el abogado de Lina — ¿podría decirnos qué clase de persona es su hija, Alma?

Ricardo se aclaró la garganta, evitando mirar a Alma a los ojos.

— Alma siempre fue... ambiciosa — dijo con una voz que hizo que a Alma se le helara la sangre — Dejó a su familia en cuanto tuvo oportunidad, nunca me buscó porque sabía que yo conocía su verdadera cara. Ella busca el dinero, Su Señoría, siempre lo ha hecho, si está con el Sr. Lockwood, es porque ha encontrado su mayor presa hasta ahora. Es una actriz consumada.

Las palabras fueron como cuchillos.

Alma se hundió en su asiento, sintiendo el peso de la traición de su propio padre, quien, por unos fajos de billetes de Lina, estaba destruyendo el honor de la familia que él mismo había abandonado.

La defensa de Iván y Henry fue feroz.

Presentaron pruebas del cuidado de Alma hacia Kira, testimonios de los profesores y registros de su impecable desempeño laboral, y tras tres horas de una tensión insoportable, la jueza Davis pidió silencio.

— ¡Silencio en la sala! — Ella martilleó sobre su mesa cuando Lina se puso en pie y no dejaba de gritar señalando con el dedo acusador hacia Alma — ¡Silencio! La custodia de Kira Lockwood permanecerá, por ahora, con su padre, Iván Lockwood — sentenció la jueza.

Y Alma soltó un suspiro de alivio que le dolió en el pecho, mientras la mano de Ivan volvía a cubrir la suya.

— Sin embargo, no estoy satisfecha. Las acusaciones sobre la veracidad de este compromiso son graves, convocaré a una segunda sesión en treinta días, para esa fecha, quiero verlos casados legalmente.

Alma cerró los ojos al pensar en una boda, pero la mano firme de Ivan continuaba impasible, él estaba bien con eso.

— Recibirán la visita de una trabajadora social de mi entera confianza que convivirá con ustedes para verificar que son una familia real y que la niña está plenamente integrada. Si detecto una sola fisura — Hechando una mirada afilada sobre la pareja Lockwood — la custodia pasará a la Sra. Holland de inmediato.

Al salir de la corte, Alma estaba visiblemente afectada.

Sus pasos eran erráticos y el rostro le ardía de humillación, Iván y Henry la escoltaron rápidamente hacia el coche blindado, alejándola de los flashes.

Una vez dentro, el silencio fue denso. Alma se cubrió el rostro con las manos.

— Me odia tanto que fue capaz de venderse a ella — murmuró Alma refiriéndose a su padre — Fue horrible, Iván.

— Fue una victoria momentánea, pero peligrosa — dijo Henry, ajustándose la corbata — Tenemos treinta días para que esa trabajadora social crea que son el matrimonio del siglo, pero hay algo que me preocupa más.

Henry sacó su tableta y mostró unos gráficos de frecuencia.

— Lina se veía muy segura, ¡y eso no me gusta ni un poco!, sabemos que tiene micrófonos en la casa pero no presentó las grabaciones íntimas en la corte hoy, solo usó a tu padre.

Iván frunció el ceño.

— ¿Qué estás diciendo, Henry?

— Digo que si Lina tuviera los audios de los micrófonos que encontraron en su cama, los habría usado hoy para dar el golpe de gracia — explicó Henry con gravedad — El hecho de que no los usara significa que ella no es quien puso los micrófonos, ¡hay alguien más, Iván!. Alguien con más recursos, que está esperando el momento en que estén casados para soltar esa bomba y destruir no solo la custodia, sino tu banco y la vida de Alma por completo.

Iván miró a Alma, quien aún temblaba. La victoria sabía a cenizas. No solo tenían a Lina y al padre de Alma en contra, había una sombra mucho más poderosa moviendo los hilos, esperando a que dijeran el “sí, acepto” para cerrar la trampa definitiva.

Mientras el coche se alejaba, Iván recibió un correo en su teléfono, solo contenía una foto de la entrada del Palacio de Justicia tomada hace apenas unos minutos, y en el reflejo de un cristal, se veía a Peter Stone hablando con un hombre trajeado que Iván reconoció al instante.

— Es el jefe de seguridad de Julian Vane.

La boda será su funeral, Iván”, decía el texto de la imagen.

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