17 Fisuras En La Armadura

La madrugada en la mansión de Brickell se había convertido en un espacio de sombras y ecos tras el caos de las sirenas y el despliegue de seguridad, el silencio que quedó era espeso, casi asfixiante.

En la cocina, bajo el brillo de las luces que se reflejaban en el acero, Iván y Alma se encontraban en un universo aparte, uno donde el contrato y las mentiras parecían desdibujarse ante la urgencia de la piel.

Iván regresó de la despensa con un botiquín de primeros auxilios.

Se movía con una economía de movimientos que delataba su estado de alerta, pero al acercarse a Alma, algo en su postura cambió.

Su enorme estatura, que normalmente usaba para intimidar en las juntas de accionistas, ahora se inclinaba hacia ella con una delicadeza casi reverencial, y sin pedir permiso, como si su cuerpo tuviera un derecho natural sobre el de ella, tomó su antebrazo.

Alma sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura de la habitación.

El contacto de los dedos de Iván, aún fríos, contra el calor febril de su propia piel, envió una descarga eléctrica directamente a su columna. Él la obligó a girar el brazo hacia la luz, exponiendo el corte que la adrenalina le había impedido sentir hasta ese momento.

— Lo siento — susurró Iván. Su voz era un murmullo ronco, cargado de una culpa que no solía permitirse. Estaba concentrado en la tarea, limpiando la herida con un algodón empapado en antiséptico — Todo esto... el ataque, el miedo, no deberías estar pasando por esto, no es parte de lo que acordamos.

Alma lo observó en silencio, conteniendo la respiración.

Estaba tan cerca que podía contar las pestañas de sus ojos grises, notar las finas líneas de cansancio en las esquinas de sus párpados y oler esa mezcla embriagadora que se había convertido en su perdición, el aroma a café cargado, el sándalo de su colonia y ese rastro metálico de peligro que siempre lo rodeaba.

La tensión que la alarma había interrumpido en el pasillo regresó ahora con una fuerza redoblada, alimentada por la cruda vulnerabilidad de la noche.

— Yo elegí esto, Iván — dijo ella, intentando que su voz no temblara. Necesitaba aferrarse a la lógica, a la frialdad del trato — Lo hice por mi madre, por el millón de dólares, y por asegurar su casa y su futuro. Ese es el único motivo por el que estoy aquí.

Lo dijo como un mantra, como un escudo para protegerse de la intensidad de la mirada de él, pero sus propias palabras le sonaron huecas.

Iván levantó la vista del vendaje, deteniendo sus manos. Sus ojos estaban a escasos centímetros de los de ella, fijos y oscuros como una tormenta en alta mar.

— Ya no se trata solo del dinero, Alma, y ambos lo sabemos — sentenció él con una seguridad aterradora.

Sus dedos, largos y firmes, no se retiraron, recorrieron el borde del vendaje que acababa de colocar y subieron lentamente por la parte interna del brazo de Alma, una zona donde la piel es absurdamente sensible.

El roce fue lento, deliberado, hasta detenerse en el hueco de su codo.

La atmósfera en la cocina cambió drásticamente, y el aire pareció evaporarse, dejando a Alma con la sensación de que el oxígeno se había vuelto escaso. Solo quedaba la electricidad estática de sus cuerpos y el sonido rítmico de dos corazones que latían desbocados.

Iván se inclinó más y Alma cerró los ojos, esperando el impacto, deseando que sus labios finalmente reclamaran lo que la tensión de los últimos días había prometido. Esta vez no había alarmas, ni escoltas, ni una niña asustada para detener el colapso de sus defensas.

Pero el destino, o quizás la maldición de los Lockwood, tenía otros planes.

El sonido violento de la puerta principal abriéndose y unos pasos apresurados que resonaban en el vestíbulo los obligaron a separarse bruscamente. Iván soltó el brazo de Alma como si se hubiera quemado, y ella retrocedió hasta chocar con el borde de la isla de la cocina, alisándose el vestido con manos temblorosas.

«¡Carajo!», pensó Iván, apretando los puños, y una oleada de frustración pura lo recorrió. « ¿Cuántas veces más los iban a interrumpir? ¡Coño! »

Henry Daniels entró en la cocina como un torbellino de pánico.

El abogado, siempre impecable, llevaba el traje arrugado y el rostro pálido, como si hubiera visto un cadáver. No pidió disculpas por la hora ni por la intrusión, su mirada saltó de Iván a Alma y volvió a su amigo con una urgencia que le heló la sangre a ambos.

— Iván, tenemos un problema mucho más grave que el espejo roto — dijo Henry, dejando su tableta sobre la isla de la cocina con un golpe seco.

— ¿Qué pasa, Henry? Marcus dice que el perímetro está asegurado — respondió Iván, recomponiendo su máscara de acero, aunque su respiración aún era errática.

— El ataque físico fue una pantalla, Iván, una distracción de manual — Henry activó la pantalla de la tableta mostrando códigos de acceso — Mientras ustedes corrían al búnker y la seguridad se concentraba en los intrusos que rompían cristales en el salón, alguien ejecutó un ataque cibernético masivo desde el interior de la mansión.

Iván se acercó a la pantalla, con Alma observando sobre su hombro, sintiendo el frío de la noticia antes de procesarla.

— Hackearon tus servidores privados, Iván — continuó Henry con voz temblorosa, señalando las líneas de descarga — Se llevaron archivos los borradores del acuerdo prematrimonial, los registros de las transferencias bancarias a la cuenta de la madre de Alma y... el contrato original firmado. El de las cláusulas de pago.

Alma sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.

Un mareo súbito la obligó a apoyarse en el mueble, todo su sacrificio, el millón de dólares que era la salvación de su madre, su propia seguridad ante migración... todo estaba ahora en manos de un enemigo que no buscaba dinero, sino la destrucción total del imperio Lockwood.

Si esos documentos se hacían públicos, ella no solo perdería el dinero, sería la cara de un escándalo criminal.

— Si esa información llega a la jueza Davis mañana o si se filtra a la prensa antes de la audiencia... — empezó Alma, con la voz quebrada por el horror.

— No solo perderás la custodia de Kira, Iván — sentenció Henry, mirando a su amigo con una seriedad mortal — Te enfrentas a cargos federales por fraude procesal y perjurio, y tú, Alma, serías deportada de inmediato por complicidad en fraude matrimonial, el ataque de Vanguard no era para matarte físicamente, Iván, era para obtener las pruebas necesarias para enterrarte legalmente y quedarse con el banco.

Iván miró fijamente el registro de acceso en la tableta.

Sus ojos se entrecerraron mientras analizaba la dirección IP local del dispositivo de origen, el hackeo no se había hecho de forma remota a través de internet, la descarga final se había ejecutado desde un punto de acceso dentro de la red local de la mansión.

Un silencio sepulcral cayó sobre la cocina.

Iván levantó la vista, hacia el pasillo que llevaba a las habitaciones del servicio y de los invitados, el traidor no era un socio lejano, ni un hacker de alquiler en el extranjero, estaba durmiendo bajo su mismo techo, respirando su mismo aire.

— Revisa quién estaba conectado a la red a las 2:14 AM — ordenó Iván, su voz ahora era un susurro letal — Porque quienquiera que sea, acaba de firmar su propia sentencia.

Henry tecleó rápidamente y una lista de tres dispositivos apareció en pantalla.

Uno pertenecía a la habitación de invitados donde se alojaba un miembro del equipo de seguridad, otro a la zona de servicio... y el tercero estaba asignado a la tablet personal que Peter Stone había olvidado convenientemente en la biblioteca esa tarde.

Iván miró a Alma y luego a la puerta, el traidor estaba mucho más cerca de lo que imaginaban.

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