Mundo ficciónIniciar sesiónTras el hackeo de la red interna de la mansión, cada empleado, cada guardia y cada sombra en los pasillos era un sospechoso.
Iván sabía que no podían permitirse ni un solo error de cálculo, con la información del contrato comprometida, la única defensa que les quedaba era que la farsa fuera tan convincente, tan absoluta, que cualquier filtración pareciera un intento desesperado de difamación por parte de sus enemigos.
— Faltan cinco días para la audiencia — declaró Iván a la mañana siguiente. Estaban en el comedor, desayunando bajo la mirada atenta del mayordomo y dos mucamas — A partir de este momento, no hay tregua, debemos sobreactuar. Si estamos en esta casa, estamos enamorados. Si nos miramos, es con deseo. Si nos tocamos, es con devoción. Los muros tienen oídos y, posiblemente, ojos…
Alma asintió, sintiendo el peso de la nueva orden, ya no era solo fingir para la prensa, era vivir una mentira las veinticuatro horas del día.
El entrenamiento comenzó esa tarde en el solárium.
Iván había preparado una lista exhaustiva de datos biográficos que debían memorizar el uno del otro, y lo que comenzó como un ejercicio mecánico y frío, digno de un interrogatorio policial, pronto empezó a mutar hacia algo mucho más orgánico, natural y… peligroso.
— ¿Cuál es tu comida favorita cuando nadie te ve? — preguntó Iván, recostado en su sillón, observándola con una fijeza que desarmaba.
— ¡Un enorme bote de helado! Con mucho, mucho chocolate — respondió Alma con una sonrisa nostálgica — ¿Y la tuya? No me digas que el caviar.
— Pizza fría de una cadena barata, me recuerda a mis tiempos de estudiante en Yale, cuando el éxito era solo un concepto lejano y no una carga — confesó él, sorprendiéndose a sí mismo por la honestidad.
Las horas pasaron y las preguntas se volvieron más íntimas.
Hablaron de miedos, de sueños truncados y de las cicatrices que no se ven, Alma descubrió que Iván escuchaba música clásica, especialmente a Bach, no solo por cultura, sino por la estructura matemática y el orden absoluto de sus notas.
— En un mundo de caos, Bach es el único que tiene sentido — le dijo él.
Por su parte, Iván se quedó en silencio cuando Alma le confesó que, en su pequeña habitación de Hialeah, solía pintar paisajes al óleo.
Pintaba bosques espesos y montañas nevadas, lugares que nunca había visitado, para escapar de la humedad pegajosa de Miami y de la realidad de los recibos sin pagar.
— Pintaba para no ver las paredes desconchadas — susurró Alma — El arte era mi búnker mucho antes de que tú me enseñaras el tuyo.
Iván la miró de una forma nueva.
Ya no veía solo a la mujer ingeniosa que lo ayudaba, veía a la artista que había sobrevivido a la precariedad con la fuerza de su imaginación, y la afinidad entre ellos estaba dejando de ser un guion para convertirse en una conexión real.
Al caer la tarde, el cielo de Miami se tiñó de violeta y naranja. Iván se levantó y le ofreció la mano.
— Hay una cena benéfica la noche después de la audiencia, si ganamos, será nuestra presentación oficial como pareja consolidada. Hay una probabilidad del noventa por ciento de que tengamos que bailar un vals, no podemos permitirnos que parezca que es la primera vez que tus manos están sobre mis hombros.
La llevó a la terraza circular que daba al océano.
Un sistema de sonido oculto empezó a reproducir un vals suave, Iván colocó su mano derecha en la cintura de Alma, mientras ella apoyaba la suya en su hombro. El contacto físico, que antes era una fuente de tensión eléctrica, ahora se sentía extrañamente natural, como si sus cuerpos hubieran estado ensayando este momento en secreto durante años.
— Uno, dos, tres... — marcó Iván en voz baja.
Empezaron a girar. Al principio, los movimientos de Alma eran rígidos, pero la firmeza de Iván la guio con una seguridad que la hizo relajarse, y sus cuerpos se movían en una armonía que ya no parecía fingida.
En la penumbra de la terraza, bajo el murmullo de las olas, el mundo desapareció., ya no había contratos, ni espías, ni bancos en riesgo, solo estaban ellos dos, moviéndose al unísono en una danza que decía mucho más de lo que sus palabras se atrevían a admitir.
Iván la atrajo un poco más hacia él, rompiendo la distancia de cortesía, y Alma apoyó la cabeza en su pecho por un instante, escuchando el latido constante y fuerte de su corazón. En ese momento, la farsa se sintió como la verdad más absoluta de sus vidas.
La magia se rompió cuando Marcus, el jefe de seguridad, apareció en la entrada de la terraza con una caja de cartón pequeña y una expresión de profunda preocupación.
— Señor, esto acaba de llegar por mensajería privada, no tiene remitente, está a nombre de la señorita Alma.
Iván se separó de Alma, recuperando instantáneamente su frialdad y tomó la caja con guantes y la abrió sobre la mesa de la terraza. Alma se asomó, y el aire se le escapó de los pulmones llevándose la mano al pecho.
Dentro de la caja, envuelta en un papel de seda negro, había una muñeca antigua de trapo, con un vestido de flores descolorido y un ojo de botón colgando.
— Es mía... — susurró Alma, llevándose las manos a la boca — La dejé en mi casa... la casa que nos quitaron cuando nos desalojaron, pensé que se había perdido para siempre en la basura.
Iván sacó una nota que venía en el fondo, la caligrafía era elegante, casi artística, pero el mensaje era una sentencia.
“Sabemos exactamente de dónde vienes, Alma. Sabemos el nombre de cada calle que recorriste y cada secreto que enterraste, el millón de dólares de Lockwood no podrá comprar tu seguridad. El pasado siempre encuentra el camino de regreso a casa.”
Alma sintió un frío glacial recorriéndole la columna.
El enemigo no solo sabía quién era ella, se estaba burlando de su pobreza y de su origen. El mensaje era claro, no importaba cuánto lujo la rodeara ahora, seguía siendo la chica de Hialeah, y eran capaces de tocar lo más íntimo de su vida.
Iván apretó la nota en su puño, sus ojos grises despidieron chispas de una furia gélida.
— Esto no es de Lina —dijo Iván, mirando a Alma con una resolución feroz—. Ella no conoce estos detalles. Esto viene de alguien que ha estado vigilándote desde antes de conocerme.
En ese momento, el teléfono de Alma vibró, era un mensaje de texto de un número desconocido.
“¿Te gusta el regalo? Mañana en la audiencia, tu padre estará sentado en la primera fila. Espero que hayas practicado bien tu papel, Cenicienta”.
— ¡Lina!







