Al día siguiente, la mansión en los Hamptons amaneció envuelta en un aire engañosamente apacible. Pero bajo esa calma, Margaret ya tejía su red. Aprovechando que Aldric tenía una reunión virtual que lo mantendría ocupado hasta la tarde, organizó con premeditación una velada en el jardín principal, invitando a unas cuantas figuras de la alta sociedad con el pretexto de “una tarde íntima de amigos”.
El jardín estaba dispuesto con mesas de manteles marfil, candelabros de cristal y arreglos de rosas blancas. El mar, al fondo, parecía un cuadro, y todo estaba calculado para resplandecer en perfección… salvo para Bianca.
Isabella apareció como si descendiera de una pasarela. El vestido vapo, fluido y provocador, se ceñía a sus curvas con naturalidad. Su melena castaña ondeaba con cada paso y sus labios, pintados en un tono carmesí, parecían prometer secretos olvidados.
Bianca pasó todo el día en su habitación pero decidió a pasear un rato y vio la reunión que había en la mansión, se acercó