—¿Qué… qué hace ella aquí? —preguntó Bianca, su voz apenas un hilo, traicionada por el nudo que se formaba en su garganta. Sus ojos, brillantes de emoción contenida, buscaron a Aldric, pidiendo por una explicación.
Margaret, con la precisión de un depredador, respondió antes de que Aldric pudiera abrir la boca. —Yo la invité, querida —dijo, su voz melosa pero cargada de malicia, mientras tomaba un sorbo de té con una calma exasperante—. Isabella fue una parte muy importante de la vida de Aldric. Y siempre, siempre, será bienvenida en esta casa.
Isabella, como si hubiera estado esperando su momento, giró la cabeza hacia Bianca, evaluándola de arriba abajo con un gesto tan calculado que parecía ensayado. Sus ojos verdes recorrieron el conjunto blanco de Bianca, deteniéndose en cada detalle con una condescendencia apenas disimulada. Luego, con una sonrisa que era más un desafío que un saludo, extendió una mano hacia ella.
—Encantada de conocerte… ¿Bianca, verdad? —dijo, pronunciando su n