La puerta de la habitación de Bianca se cerró con un chasquido suave, como un suspiro que intentaba contener el peso de una noche cargada de sombras. Apoyó la espalda contra la madera fría, dejando que el mundo cruel de la mansión Thornhill quedara afuera, aunque solo fuera por un instante. Su pecho aún subía y bajaba con la agitación de la violencia de Cassian, con el eco de sus palabras venenosas resonando en su mente. Pero apenas tomó el teléfono y marcó el número que era su único refugio, una voz grave y ronca al otro lado de la línea envolvió su alma en una calma cálida, como un abrazo que podía sanar cualquier herida.
—Aldric… —susurró Bianca, y al pronunciar su nombre, el temblor en su voz se deshizo como niebla bajo el sol.
—Mi ángel… —respondió él, su voz un murmullo profundo, cargado de esa intensidad masculina que se colaba hasta los rincones más oscuros de su corazón—. Suenas herida, mi amor. ¿Qué te han hecho ahora?
Bianca cerró los ojos, abrazando la almohada contra su