Bianca asintió, demasiado agotada para resistirse. Pero cuando entraron al ascensor de la oficina para bajar al restaurante, el destino tuvo otros planes. Con un chirrido metálico, el ascensor se detuvo entre pisos, las luces parpadeando antes de estabilizarse en una penumbra tenue. Bianca jadeó, el frío de la cabina calando sus huesos a través de su ropa deportiva. La falda corta dejaba sus piernas expuestas, y el aire helado la hizo temblar. —¡No puede ser! —murmuró, abrazándose a sí misma mientras el pánico comenzaba a subir.
Aldric, con una calma que desmentía la tormenta en su interior, presionó el botón de emergencia, pero el silencio fue su única respuesta. —Es tarde —dijo, su voz baja, aterciopelada, con un matiz que hacía vibrar el aire—. La vigilancia está en el vestíbulo, pero no hay personal de mantenimiento a esta hora. —Se despojó de su chaqueta con un movimiento fluido, dejando al descubierto una camisa blanca que se adhería a su torso esculpido, cada músculo definido