El gimnasio privado de la mansión Lancaster estaba impregnado del sonido constante de la cinta de correr. Bianca Lancaster mantenía la vista fija en el panel, el sudor perlándose en su frente, la respiración acompasada pero cargada de tensión. Su cabello castaño rojizo, recogido en una coleta alta, oscilaba rítmicamente con cada zancada. Vestía una camiseta ajustada y una falda corta de licra que se pegaba a su piel húmeda, más por necesidad que por coquetería; el ejercicio era su única válvula de escape.
Quería borrar de su mente la imagen de Willow tocándose el vientre con fingida ternura. Quería arrancar de su memoria la voz de Cassian defendiéndola. Y, sobre todo, necesitaba escapar del recuerdo abrasador de Aldric Thornhill: su mirada gris que parecía desnudarla sin permiso, la presión de sus labios reclamándola en la glorieta.
El sonido metálico de la puerta interrumpió su esfuerzo. Bianca levantó la vista… y ahí estaba Willow Maddox. Entró con paso seguro, enfundada en ropa dep