La noticia se propagó antes del amanecer: el despacho de gabinete del primer ministro había quedado expuesto. Las cajas del Tribunal Superior de Justicia resonaron con pasos apresurados cuando el oficio inglés llegaba por correo electrónico. En la sala de prensa, decenas de periodistas esperaban entre luces y cámaras, dispuestos a capturar cada gesto de los protagonistas. Nehir Karaman y Mirza Aslan llegaron juntos, con Halil y Zeynep a los flancos, formando un bloque impenetrable.
“Señora Karaman, ¿qué mensaje envía al primer ministro?”, preguntó un reportero al verlos ascender la escalera de mármol.
Nehir respiró hondo, recordó las palabras de Mirza en la vitrina de Londres y alzó la barbilla.
—Que no hay trono tan sólido como para resistir la verdad.
Las cámaras estallaron en destellos. Desde ese momento, la vida de los cuatro se dividió entre la vorágine judicial y la certeza de estar en la mira de las más altas esferas.
En la sala de audiencias, el juez encargado pidió silencio c