La carta seguía sobre la mesa del tribunal, como si el papel tuviera peso propio. Nadie se atrevía a tocarla. La jueza principal había suspendido la sesión por el resto del día, pero nadie se movía. Los periodistas escribían sin levantar la vista. Los funcionarios murmuraban entre sí. Y Sedat Kara… seguía sentado, con la espalda recta, pero los ojos clavados en el vacío.
Nehir no lo miraba. No por miedo. Por respeto a sí misma. Porque si lo hacía, corría el riesgo de ver al hombre que la había formado, no al que había intentado poseerla.
Mirza se acercó con paso firme. Le ofreció una botella de agua, pero ella la rechazó. Su cuerpo estaba tenso, pero su mente más clara que nunca.
—¿Estás bien? —preguntó él.
—No. Pero estoy entera.
—La carta lo quebró.
—No. Lo expuso. Quebrarlo será otra cosa.
Mirza la observó con atención. Había algo nuevo en ella. No solo fuerza. Convicción. Como si la herida abierta por la carta hubiera revelado una capa de Nehir que ni ella conocía.
—Tu madre fue v