La puerta principal de la mansión Aslan se cerró con un golpe seco, como si el mismo mármol se negara a permitir lo que acababa de entrar. El eco del portazo se extendió por los pasillos como un presagio. En el vestíbulo, el silencio era tan espeso que podía cortarse con un cuchillo.
Eylül bajó la mirada. No por vergüenza, sino por confusión. Sus pasos eran lentos, como si no supiera si estaba entrando en un hogar o en una trampa. A su lado, Leyla caminaba con la cabeza en alto, los tacones resonando con una arrogancia que no necesitaba presentación. Su abrigo blanco contrastaba con la oscuridad del ambiente, como si se burlara de la pureza que fingía.
Nehir apareció desde el salón, con el rostro tenso, los ojos clavados en su hermana. No dijo nada al principio. Solo la miró. Como si necesitara confirmar que era real. Que estaba viva. Que no era una alucinación provocada por el miedo.
—¿Qué mierda es esto? —fue lo primero que salió de su boca.
Eylül se detuvo. Tragó saliva.
—Nehir, yo