Mirza Aslan no era solo el heredero de uno de los imperios más antiguos de Turquía. Era su rostro: imponente, tallado por generaciones que nunca conocieron el fracaso. Medía casi 1.90 metros, con los hombros amplios de alguien que aprendió a cargar el peso de un apellido antes que el de una familia. Su cabello negro, grueso, siempre peinado con precisión. Los ojos, oscuros como el petróleo que controlaba, imposibles de leer. La barba, rasurada justo al límite, una marca de que nada en él era casual. Su caminar nunca era apresurado. Parecía que el tiempo se adaptaba a su ritmo. Siempre vestido con trajes hechos a medida, tejidos con hilos de seda traídos desde Bursa, reflejaba exactamente lo que era: el magnate que vestía a media nación… y abastecía con crudo a la otra media.
Aslan Tekstil ve Petrol Holding, fundado por su abuelo después de la Segunda Guerra Mundial, había comenzado como una fábrica de lino en Gaziantep. Bajo Mirza, ahora controlaba la mayoría de las exportaciones de t