La madrugada en Rize parecía inmortal. Ni los relámpagos atravesaban aquella neblina densa que se arremolinaba sobre los tejados como una advertencia muda. Y dentro de la mansión Aslan, algo muy distinto al sueño dominaba los pasillos: el sonido apagado de teclas, el zumbido de servidores encendidos, el respirar contenido del poder observando desde la oscuridad.
Cemil estaba solo en el cuarto de seguridad. En la pantalla central, una serie de grabaciones aparecían sin orden lógico. Fragmentos. Voces distorsionadas. Las reuniones clandestinas que rodeaban a Leyla no eran simples encuentros entre ex amantes despechados. No. Era una red. Precisa. Enraizada. Infiltrada en los rincones más altos del sistema judicial.
Uno de los videos mostraba a Leyla entregando un dossier a un hombre cuya identidad se ocultaba tras una silueta desdibujada.
—Este es el expediente Karaman —dijo la voz grave, apenas inteligible—. Una jueza con acceso a denuncias internas, contactos en Ankara, y una boca que