En un país donde la nieve nunca deja de caer, Alexander Frost, un multimillonario de renombre y el hombre más influyente de la región, enfrenta una presión inusual: debe encontrar una pareja adecuada antes de fin de año para asegurar un acuerdo empresarial crucial que consolidará su imperio. Alexander, acostumbrado a controlar cada aspecto de su vida, no esperaba que su destino cambiara en vísperas de Navidad. Durante una visita a la pista de hielo más famosa de la ciudad, un desafortunado choque lo lleva a caer al suelo junto a una joven misteriosa. Los dos, enredados y cubiertos de nieve, se miran fijamente, incapaces de apartar la vista. Ella, con un encanto natural y una sonrisa desarmante, despierta algo en Alexander que no había sentido en años. Sin embargo, lo que comienza como un encuentro casual pronto se convierte en un conflicto inesperado. Tiempo después, Alexander descubre que ella no es una mujer cualquiera: se trata de Celeste Arden, la hija menor del hombre que ha sido su rival de toda la vida. Dividido entre sus sentimientos nacientes y su lealtad a su familia, Alexander deberá decidir si arriesgarlo todo por un amor imposible o seguir las reglas que siempre lo han guiado. Con la magia de la Navidad envolviéndolos, el frío del invierno y los secretos familiares amenazando con separarlos, ¿podrá Alexander derribar las barreras del pasado para escribir una nueva historia con Celeste?
Leer másAlexander Frost se encontraba sentado en el salón principal de un palacio imponente, rodeado por un círculo de asesores que debatían fervientemente sobre el tema más delicado que había enfrentado en su vida, la sucesión al trono. La tensión en la sala era palpable, y las miradas de los presentes se dirigían hacia él con una mezcla de expectación y recelo. Frost, un hombre de porte altivo y mirada penetrante, escuchaba en silencio mientras cada consejero exponía su punto de vista sobre el camino que debía seguir para asegurar su lugar como heredero legítimo.
Era un desafío monumental. Aunque Alexander era hijo del rey Salim Haziz Noury, su posición siempre había estado en entredicho. Su madre, Sulema McQuillan, una mujer de origen extranjero cuya belleza y elegancia habían conquistado al poderoso monarca del desierto, era constantemente objeto de desprecio por parte de las otras esposas del rey. Sulema no era una mujer común; su presencia había sido tan poderosa que no solo había ganado el amor del rey, sino también su protección, lo que la colocaba en una posición única dentro del palacio. Sin embargo, su ascendencia extranjera y su carácter independiente la convertían en un blanco fácil para las intrigas palaciegas.
La situación de Alexander no era menos complicada. Al ser hijo de Sulema, heredó no solo su fortaleza y determinación, sino también el estigma de ser mestizo, un estigma que lo marcaba ante la nobleza y los círculos de poder. Aunque su linaje real era indiscutible, muchos lo veían como una amenaza o, peor aún, como una anomalía dentro de la rígida estructura jerárquica del reino. A pesar de esto, Alexander había demostrado ser un hombre digno, valiente e inteligente, características que muchos admiraban en silencio, aunque pocos se atrevían a expresar públicamente.
La reunión de aquel día no era una más; marcaba un punto de inflexión. Los asesores, temerosos de las implicaciones de apoyar a Alexander, discutían sobre las posibilidades de mantener la estabilidad en el reino si él asumía el trono. Algunos sugerían maniobras diplomáticas, mientras que otros proponían un enfoque más agresivo, enfrentándose directamente a las facciones que lo desafiaban. Sin embargo, todos coincidían en algo la sucesión no sería sencilla, y Alexander tendría que enfrentar una batalla tanto política como personal.
El rey Salim, aunque seguía siendo una figura poderosa, estaba envejeciendo, y su salud comenzaba a mostrar signos de deterioro. Este hecho alimentaba aún más las rivalidades dentro del palacio. Las otras esposas del rey, que siempre habían despreciado a Sulema y a su hijo, veían en este momento una oportunidad para asegurar que sus propios hijos ocuparan el trono. Intrigas, rumores y conspiraciones se tejían día y noche entre los muros del palacio, y Alexander era plenamente consciente de ello. No obstante, se mantenía firme, decidido a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
Sulema, por su parte, seguía siendo una figura enigmática y respetada. Aunque no intervenía directamente en los asuntos del reino, su influencia era innegable. Había criado a Alexander para ser un líder, inculcándole valores de honor, valentía y justicia. Su amor por su hijo y su fe en su capacidad para gobernar eran inquebrantables, y Alexander encontraba en ella un apoyo constante, incluso en los momentos más oscuros.
En la reunión, mientras los consejeros debatían, Alexander permanecía en silencio, observando cada movimiento, cada palabra, con la agudeza de un hombre acostumbrado a analizar y prever. Finalmente, cuando todos parecieron quedarse sin argumentos, él tomó la palabra. Su voz, grave y serena, llenó la sala. Habló con claridad y determinación, dejando en claro que no temía los desafíos que lo esperaban. Reconoció las dificultades, pero también afirmó su derecho legítimo al trono y su compromiso de gobernar con justicia y sabiduría. Sus palabras resonaron con una fuerza que hizo que incluso los más escépticos reconsideraran sus posturas.
Cuando la reunión llegó a su fin, Alexander salió del salón con la cabeza en alto, consciente de que la verdadera batalla apenas comenzaba. Cada paso que daba lo acercaba a un destino incierto, pero también lo fortalecía. Sabía que el camino sería arduo, lleno de traiciones y pruebas, pero estaba preparado para enfrentarlo. Al mirar hacia el horizonte, pensó en su madre, en su legado y en el reino que algún día esperaba gobernar. Alexander Frost no era solo un príncipe; era un hombre decidido a forjar su propio destino, sin importar cuán arduo fuera el camino por recorrer.
—Joven Alexander, su padre lo requiere en el gran salón —dijo Etiff, el enviado personal del rey, inclinando ligeramente la cabeza con respeto.
Alexander, que estaba descansando en un rincón del jardín interior del palacio, levantó la vista con una mezcla de resignación y curiosidad. Sabía que cuando el rey Salim Haziz Noury lo convocaba, era porque se avecinaba algo importante. Últimamente, esas reuniones significaban debates interminables sobre la sucesión al trono y las crecientes intrigas entre los nobles.
—Está bien, Etiff... dile a mi padre que allí estaré en breve —respondió con calma.
Se levantó despacio, ajustándose la túnica ligera que llevaba, y se encaminó hacia sus aposentos. A pesar de la importancia de la reunión, sentía la urgencia de un baño. El calor abrasador del desierto se había infiltrado incluso en las paredes del palacio, y Alexander, como cualquier hombre acostumbrado a la acción y al movimiento, necesitaba refrescarse antes de enfrentarse al protocolo y la formalidad del gran salón.
Cuando llegó a su habitación, notó que la puerta estaba ligeramente entreabierta. Entró con paso firme, y lo que encontró allí lo tomó por sorpresa, aunque de una manera que le arrancó una leve sonrisa. Sentada junto al diván, con una mirada cautivadora que irradiaba confianza, estaba Nayla Al-Badawi, una de las mujeres más hermosas del harén real.
Nayla era conocida no solo por su extraordinaria belleza, sino también por su astucia y su habilidad para mantener conversaciones inteligentes, algo que Alexander valoraba profundamente en las pocas ocasiones en que podían hablar en privado. Su piel tenía el tono bronceado y cálido de las arenas del desierto al amanecer, y al tocarla, resultaba tan suave como la seda más fina que se pudiera encontrar en los mercados del reino.
Con un giro certero, Azharel hundió su daga en la arena, levantando polvo y distrayendo momentáneamente a la criatura.La serpiente siseó con furia, su lengua bífida asomando en busca de su presa. Azharel sabía que aquellas criaturas eran letales; su veneno podía paralizar el cuerpo en cuestión de minutos, dejando a la víctima a merced del desierto.Sin perder tiempo, lanzó un golpe con su bota, enviando a la serpiente contra la pared rocosa del desfiladero. El impacto fue suficiente para aturdirla, pero no para matarla. Azharel no se quedó a esperar que se recuperara. Sintió cómo el peligro del lugar aumentaba a cada segundo y supo que no tenía más remedio que huir.Con un impulso poderoso, corrió lo más rápido que pudo hacia un risco cercano. El terreno era traicionero, resbaladizo por la mezcla de nieve y arena, pero su cuerpo estaba entrenado para moverse en cualquier circunstancia. Detrás de él, el siseo de la serpiente se intensificó. Saltó en el último instante, agarrándose de
—Ninguno de esos traidores vivirá para ver el amanecer —murmuró el rey, sus labios curvados en una sonrisa sombría —La justicia se cumplirá a mi manera.Con un gesto final de su mano, dio por terminada la reunión. Los consejeros se retiraron rápidamente, temerosos de permanecer más tiempo cerca del rey en ese estado. La orden estaba dada, y la venganza de Salim comenzaría a extenderse como una sombra oscura sobre todo su reino.A una distancia del palacio, la tormenta de nieve azotaba el desierto con una furia inusitada. Los vientos arrastraban los copos en todas direcciones, cubriendo las dunas y las rocas con un manto blanco que hacía difícil reconocer cualquier terreno familiar. El desierto, normalmente abrasador y sin piedad, se había transformado en un paisaje extraño y desconcertante. La nieve caía con más fuerza, apretando el pecho de aquellos que se atrevían a adentrarse en su helada prisión.Tabat, a pesar del dolor que le quemaba en el cuerpo, avanzaba con determinación. Los
—Sabes lo que has hecho, ¿verdad? —dijo Hassan, su voz firme pero cargada de desdén.El guerrero no respondió de inmediato. En cambio, sus ojos se llenaron de desprecio al mirar la espada que lo retenía.—Lo sé muy bien —respondió con una risa amarga —Pero la pregunta es ¿tú sabes lo que él hizo? —su tono se volvió más frío y venenoso —El rey Salim, el gran "monarca", que mandó matar a mi familia, a mi gente. Él condenó a todos los que me importaban. Hoy, vengo a cobrar mi venganza, y la joven concubina fue solo un paso más.Hassan apretó la espada, sintiendo la tensión en el aire. Los recuerdos del pasado del guerrero le llegaron como un eco lejano, pero él no podía entender cómo alguien podría justificar el asesinato de una mujer inocente.—¿Piensas que con esto vas a lograr algo? —preguntó Hassan, su voz aún serena pero cargada de juicio —La venganza no trae más que vacío. ¿Realmente crees que matarás al rey con esta acción?El guerrero levantó la cabeza, sus ojos ardiendo con el f
No amaba a la joven fallecida, pero sabía que su muerte cambiaría todo. La tristeza del rey podría transformarse en furia, y la furia de un monarca podía derribar reinos enteros.Mientras los preparativos para el entierro de la concubina joven del reino de Salim continuaban en un ambiente de duelo y silencio, lejos de allí, en las tierras áridas del desierto, la vida de Celeste pendía de un hilo.La herida que una vez había comenzado a sanar se había abierto nuevamente, dejando un rastro de sangre oscura sobre su piel pálida. Su respiración era errática, su pecho se agitaba con cada inhalación dificultosa. La fiebre la consumía desde dentro, y su cuerpo temblaba de manera incontrolable.Sonya se arrodilló junto a ella, sujetando sus manos entre las suyas. Frotó su piel helada, tratando desesperadamente de transmitirle el poco calor que aún conservaba en su propio cuerpo.Los dientes de Celeste castañeteaban con violencia, y su rostro se había tornado de un tono fantasmal.—Aguanta, Ce
Salim lo miró con una furia incontenible, pero Amir no vaciló.—Honraremos su sacrificio, pero ahora debemos vivir para vengarla.Esas palabras fueron suficientes para hacer reaccionar al monarca. Apretó los puños y se puso de pie, su mirada endureciéndose con la furia de un hombre que no olvidaría esta traición.La retirada comenzó, pero una cosa era segura, el enemigo no quedaría impune. Y la venganza de Salim sería un huracán de sangre y fuego.Los hombres del rey Salim comenzaron a cruzar la entrada del palacio en un silencio sepulcral. Sus pasos eran pesados, sus rostros endurecidos por la muerte y la desilusión. La batalla que habían librado no era más que un engaño, una cortina de humo para algo mucho más oscuro, y ahora todos lo sabían.En el centro del grupo, una carreta avanzaba lentamente, arrastrada por caballos cubiertos de polvo y sudor. Sobre ella, un cuerpo yacía inmóvil, cubierto por una sábana blanca que ondeaba levemente con la brisa nocturna. Nadie se atrevía a mir
Con la mirada fija en la distancia, Azharel y sus hombres continuaron la persecución. Pronto, el desierto les revelaría si las esclavas eran lo suficientemente astutas para escapar… o si su destino ya estaba escrito en la arena.El fragor del combate rugía a su alrededor, el choque de espadas resonaba en el aire junto con los gritos de los caídos. El rey Salim luchaba con fiereza, esquivando y contraatacando con la destreza de un hombre que había nacido para la guerra. A pesar de su título, no era un monarca que se refugiara tras sus ejércitos. Él peleaba junto a sus hombres, defendiendo su reino con la misma sangre y acero que ellos.Pero en medio de la batalla, su atención se desvió. Un grito ahogado atravesó el caos, haciéndolo girar la cabeza con urgencia.Su mirada se posó en la concubina más joven, la mujer que llevaba en su vientre a su próximo heredero. Su piel perlada de sudor resplandecía bajo la luz de las antorchas, su vestido de seda manchado de polvo y desesperación. Ell
Último capítulo