75. A las Puertas del Caos
No amaba a la joven fallecida, pero sabía que su muerte cambiaría todo. La tristeza del rey podría transformarse en furia, y la furia de un monarca podía derribar reinos enteros.
Mientras los preparativos para el entierro de la concubina joven del reino de Salim continuaban en un ambiente de duelo y silencio, lejos de allí, en las tierras áridas del desierto, la vida de Celeste pendía de un hilo.
La herida que una vez había comenzado a sanar se había abierto nuevamente, dejando un rastro de sangre oscura sobre su piel pálida. Su respiración era errática, su pecho se agitaba con cada inhalación dificultosa. La fiebre la consumía desde dentro, y su cuerpo temblaba de manera incontrolable.
Sonya se arrodilló junto a ella, sujetando sus manos entre las suyas. Frotó su piel helada, tratando desesperadamente de transmitirle el poco calor que aún conservaba en su propio cuerpo.
Los dientes de Celeste castañeteaban con violencia, y su rostro se había tornado de un tono fantasmal.
—Aguanta, Ce