La luz del día se desvanecía lentamente sobre Nueva York, tiñendo el cielo de tonos morados y rojos que competían con las luces incandescentes de la ciudad. Samantha caminaba hacia su oficina en el piso más alto de Vaughn Enterprises, cada paso resonando en el mármol del pasillo vacío. La ciudad abajo parecía irrelevante, pequeña, mientras la presión sobre sus hombros crecía con cada segundo que pasaba. El aire en la torre tenía algo pesado, algo que le oprimía el pecho, como si el edificio en su totalidad estuviera a punto de sucumbir bajo el peso de las decisiones que tomaban dentro de sus paredes.
Desde que aceptó la oferta de Alexander, su vida se había transformado en una vorágine de secretos, decisiones rápidas y una presión constante que la mantenía al borde. El poder de Alexander Vaughn no era solo sobre dinero o negocios, sino sobre manipulación, control absoluto. Lo había visto con sus propios ojos: la manera en que tomaba decisiones difíciles, cómo sus órdenes se ejecutaban