El viento soplaba con una suavidad engañosa sobre la vasta llanura dorada. Samantha se quedó congelada, su mente luchando por procesar lo que estaba viendo.
El hombre que tenía delante no podía estar allí.
Había muerto.
Lo había visto con sus propios ojos.
-¿Cómo es posible? -susurró, su voz apenas más fuerte que el viento.
El hombre esbozó una sonrisa tranquila, pero sus ojos oscuros brillaban con un conocimiento insondable.
-No todo lo que crees saber es cierto, Samantha. -Su voz era grave, serena, pero contenía algo más profundo, una verdad oculta tras cada sílaba.
Ella sintió que su cuerpo entero se tensaba. Llevaba demasiado tiempo enfrentándose a enemigos disfrazados de aliados, a sombras que susurraban mentiras entre verdades a medias. No podía permitirse bajar la guardia.
-¿Eres real? -preguntó, entrecerrando los ojos.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza.
-Eso depende de lo que entiendas por "realidad".
Samantha frunció el ceño. Era la clase de respuesta que solía recibir