La noche caía sobre Nueva York como una manta pesada, oscureciendo las calles bulliciosas y haciendo que los edificios de vidrio reflejaran la luz de los faros que parpadeaban con un resplandor amarillo. Samantha caminaba a través de los pasillos de Vaughn Enterprises, el sonido de sus tacones resonando en la quietud de la madrugada. Aunque no quedaba nadie más en el edificio, el peso de la misión que Alexander le había encargado aún la perseguía. Había algo inquietante en la forma en que él había hablado de Ricardo Delgado, como si estuviera jugando un juego que ella aún no entendía completamente. Y por más que intentaba desentrañarlo, cada nueva pieza del rompecabezas la sumergía más en un mar de incertidumbre.
Se detuvo frente al ascensor, con la mano apoyada sobre el panel, pero antes de presionar el botón, un susurro recorrió su espalda. Volvió la cabeza, su pulso acelerándose por un momento, pero no había nadie allí. Estaba sola, como siempre lo estaba cuando sus pensamientos to